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Mostrando entradas de 2021

El Matamoscas

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Dicen que los objetos tienen vidas insospechadas, muchas veces lejos del fin por el que fueron creados, por ejemplo el matamoscas de la casa de mis padres. A simple vista es un triste matamoscas que no costó más de dos dólares, una cosa de plástico inerte que solo sirve para espantar y matar bichos pero durante una época fue para mí una especie de varita mágica para hacer reír a mis padres. Como en sus últimos meses de vida mi viejo le hizo las noches imposibles a mi madre, por las mañanas después de desayunar en la cocina yo me ponía detrás de mi padre a imitarlo mientras él lentamente caminaba para el dormitorio: me ponía detrás de él cojeando, agitando el matamoscas, golpeándolo contra la mesa y diciéndole a mi vieja “A éste señor lo que hace falta es mano dura para que la deje dormir, hágame caso…déle chilillo”, ella soltaba la risa, mi padre volvía a ver para atrás, se reía con ganas, hacía un gesto con la mano -el típico de mandar a freír churros a alguien- y seguía su camino. Po

Aguinaldo

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  El día que le daban el aguinaldo a mi madre era fiesta “nacional” porque por una vez al año el dinero “no importaba”, y por unos días nos dábamos vida de ricachones.  De la noche a la mañana en casa reinaba la abundancia, por ejemplo, las uvas y manzanas de plástico del centro de mesa se sustituían por unas verdaderas, de esas que se podían comer era lo más de lo más (por supuesto había que rendirlas). Llegábamos del súper cargados de chocolates gringos, quesos holandeses, galletas danesas, si algo nos gustaba simplemente se echaba en el carrito de la compra sin mirar precio y sin que mi vieja sacara la calculadora, que siempre llevaba, para saber si le alcanzaba o no. Para mí la llegada del aguinaldo no significa otra cosa más que POR FIN podía estrenar. ¡Qué alegría me entraba en el cuerpo cuando mi madre me pedía que le “guardara” un día para irnos de compra! Ese día salíamos después de comer, nos íbamos en autobús y nos regresábamos como millonarios en taxi, cargados de paquetes,

¿Hay algo que celebrar?

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  Después de la pérdida de mi padre por un ataque al corazón y dos meses después la de mi madre por COVID el año pasado, del largo luto en plena pandemia, de años sin trabajo fijo y una eterna economía de guerra ¿Hay algún motivo para el júbilo? ¿Para la risa? Hay gente que dice que nunca celebra su cumpleaños, que es una fecha cualquiera y que no hay nada que celebrar, yo discrepo en absoluto por una sencilla razón: aunque la vida no haya sido como tú quieres probablemente aquel día fue un gran día para tus padres y para tu familia, una fecha marcada y esperada en el calendario como es mi caso. Mis padres no se cansaron de decirme lo maravilloso que había sido ese día, uno de los más felices de su vida y mi vieja decía que esos nueve meses se le habían hecho eternos porque no deseaba otra cosa que ver mi cara. ¿Cómo no voy a celebrar eso? ¿Cómo no voy a aplaudir y hacerle la ola a la vida por haber sido tan esperado y tan amado? Tras el año pasado y su tristeza yo me declaro abie

Mudanza

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  Mi vieja y yo estábamos nostálgicos. Ese día nos no sólo nos mudábamos de la casa en la que habíamos vivido 18 años sino que además nos íbamos del pueblo. Estábamos tan tristes que pedimos ser los últimos en dejar la casa. Con el salón vacío nos sentamos en el suelo, nos dimos la mano -como solíamos hacer cuando hablábamos de cosas serias- y empezamos a pasar revista por todas las cosas buenas que nos había pasado ahí pensando cuán agradecidos teníamos que estar porque de una manera u otra la familia había progresado. Mis padres habían llegado a esa casa   en plena crisis matrimonial, sin saber muy bien si continuarían o no y ahí precisamente poco a poco habían ido arreglando sus diferencias hasta volverse a reencontrar y a quererse como nunca, mis hermanas y yo habíamos llegado siendo casi niños y nos marchábamos ya mayores con un futuro profesional prometedor. Mi vieja decía que habían habido épocas en las que no sabía muy bien si durante el mes se iba a tener lo suficiente par

Mi seriedad me confundió

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  En uno de mis trabajos, sin querer, poco a poco me fui convirtiendo en el organizador de eventos extra oficiales porque por juerguista conocía muy bien la noche madrileña, desde los lugares más top hasta los típicos bares de barrio en los que por 100 pesetas te servían una caña y una tapa. Al final del día los compañeros y algunos jefes pasaban por mi escritorio para preguntarme cuál era el plan de la noche aunque fuera lunes y conforme se acercaba el fin de semana la “presión” subía porque había que organizar la salida del viernes, la comida del sábado y la continuación de la fiesta. En un principio yo estaba más que encantado con esa fama porque me hacía popular pero poco a poco empecé a pensar si todo aquello más bien no perjudicaba mi carrera como joven doctor y si tenía que ser más bien como mis compañeros ingleses y alemanes: puntuales, eficientes, discretos e intelectuales a tope al extremo que a la hora de comer no se iban en manada a cualquier restaurante como nosotros sino

Good night my angel

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Contaba Billy Joel que allá por los ochenta escribió esta canción como respuesta a su hija pequeña que días antes le había preguntado a dónde se iba la gente cuando se moría, en ese momento no supo que decir pero a los días fue encontrando las palabras en forma de una canción de cuna, que entre otras cosas dice: “Buenas noches mi angel, es hora de dormir tranquila, hay muchas cosas que quiero decirte… recuerdo todas las canciones que cantabas para mi cuando navegábamos en una bahía esmeralda y como un barco a la orilla del oceáno te mezo para que duermas el agua es oscura y profunda dentro de este viejo corazón, pero siempre serás parte de mi” La oí por primera vez hace unos meses y fue inevitable que pensara en mi vieja, en lo mucho que me habría gustado tomarle de la mano y cantarle esa canción para ahuyentar sus miedos, para que pensara en un mundo lleno de luz donde solo existe la felicidad.  Me habría gustado hacerlo como ella me acunaba de niño, solo que lo hacía con boleros…a lo

El niño y la estrella

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El otro día leí que te moriste. En un minuto la noticia daba cuenta de cómo habías recibido los disparos y como tu coche quedó en una cuneta, todo por un ajuste de cuentas. Dos minutos de lectura para resumir toda una vida. Leí la noticia con tristeza y con incredulidad, la misma que mantuve a lo largo de tu corta vida cuando me contaban de tus andanzas por el bajo mundo, me costaba trabajo entender que me hablaban de la misma persona porque para mi siempre fuiste mi querido niño, mi pequeño y adorable primo, que nos hacía reír a todos con sus ocurrencias, que no paraba de repetir besos a diestra y siniestra, que me levantaba los bracitos para que lo cargara cuando salíamos a caminar, el que por las noches -cuando me quedaba a dormir en su casa- me pedía con insistencia que le contara el cuento del Niño y La Estrella, y yo te la contaba una y otra vez mientras ibas cerrando tus ojitos.  La historia la había leído en algún lugar y a ti te encantaba, iba de un pueblo de esquimales que en

Tres ojos

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Fue allá por 1973 que por primera vez me pusieron gafas. Tenía tan solo siete años y estaba encantando de la vida porque aquello me daba una pinta de superhéroe y marcaba una absoluta diferencia con el resto de la clase. Eran muy sesenteras, de montura gris y blanco, de cristal grueso, de ese que se quebraba fácilmente y que tanto hizo "sufrir" a mi viejo que cada dos semanas tenía que ir a repararlas porque como yo no tenía el cuidado suficiente pasaban quebradas la mayor parte del tiempo. Lo mejor de aquellas gafotas era que me permitían ver claramente, ¡qué bonito se veía! ¡hasta podía leer sin arrugar la nariz y sin tener que sentarme de primero en la Escuela y, a veces, hasta pararme para ver la bien pizarra! Me gustaron tanto las gafas que aquí sigo, llevándolas como parte de mí, por más lentillas y operaciones maravillosas contra la miopía me hayan ofrecido. Estoy, estaré condenado a ser un "tres ojos" de por vida como les decía a mis compañeros de primaria c

El abrazo

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Dos semanas antes de irse,  una mañana soleada mi viejo me llamó insistentemente a su habitación, yo pensaba que como de costumbre querría que lo ayudase a incorporarse o que le pasara alguna medicina pero cuando estaba al pie preguntándole qué que quería me pidió que me acercara un poquito más...cuando me di cuenta me tenía abrazado diciéndome que me amaba mucho "demasiado" con toda el alma mientras me apretaba con fuerza. Recuerdo que yo hice lo mismo, entre risas diciéndole que era un "viejillo" intenso pero qué le íbamos hacer, que así lo queríamos.  En los últimos meses los papeles se habían invertido, yo me había transformado un poco en un padre que lo cuidaba, que tenía que ayudarlo en sus labores cotidianas y él en el hijo, el niño que me recibía con una sonrisa cada vez que regresaba a casa y me preguntaba que si le había traído algo o al que tenía que darle el beso de las buenas noches porque sino no cerraba los ojos. Nunca estuvimos más unidos y aquel abr

Foto de familia

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  Hace unos meses revisando entre las cosas de mi viejo me encontré esta foto que nunca había visto en mi vida y es la única que tengo con mi abuelo materno. Como él murió pocos años después de que yo naciera tengo un recuerdo vago y nunca me había detenido a pensar lo que yo había significado para él. Como todavía no había llegado toda la primada que empezarían a nacer a los años supongo que mi abuelo me habrá recibido con mucha ilusión, que me habrá querido con locura y que probablemente esa foto la habría pedido él porque me tiene en brazos cuando lo "normal" habría sido estar con mi abuela que estaba al lado. En la mesa están parte de mis tíos abuelos cuya habilidad para improvisar una fiesta cualquier día de la semana era mítica, probablemente ese era uno de esos días. Yo estoy con cara expectante, mirando a la cámara,  y con las manos entrelazadas, un gesto que creía adquirido de adulto -siempre hago lo mismo cuando no tengo  la más mínima idea de qué hacer (sobra decir

Noche de fiesta

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Esa noche mi Tío German, cuya aparición en casa siempre presagiaba cosas buenas, anunció que nos llevaría de juerga a mi vieja y a mí, que era Miércoles Santo y la noche joven para como para quedarse en casa viéndonos las caras además, mi madre andaba un poco de bajón porque mi padre estaba viviendo en New Orleans y había que animarla. A mis 16 años aquello me pareció un sueño hecho realidad porque por primera vez en mi vida saldría oficialmente de "juerga" con dos adultos, era la señal inequívoca de que para mi familia estaba dejando de ser un adolescente para convertirme en una persona frente a la que ya se podía hablar de todo sin que se escandalizara  y me sentía importante que mi tío me pidiera ser su cómplice para sacar a mi madre de fiesta. Recuerdo que acabamos en el Bar México, un lugar que no era nada del otro mundo pero que para mi fue como estar en Las Vegas, un nuevo mundo en el que los adultos se desinhibían, fumaban, bebían y reían como si no existiese ningún p

Maldita Primavera

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Corría el año de 1981 y en la radio no paraba de sonar "Maldita Primavera" en la radio. Yo con 15 años recién cumplidos no terminaba de entender de qué iba todo aquello y por qué Yuri se quejaba tanto de algo tan inocente como la primavera, total que era una estación más del año y no había que hacer tanta alaraca de algo tan cotidiano...en primavera florece todo y los días son soleados, SO WHAT? no entendía nada de nada porque el amor era algo lejano para mí,  ciencia ficción pura y dura para un chaval que pasaba soñando y decidiendo si le apetecía ser más "presidente de la nación  o estrella de rock and roll" hasta que en plena de primavera de 1999 se tropezó de zopecón con el amor, con ese " ¿y si seguimos viéndonos?" y la clásica resignación de quien sabe que no tiene escapatoria y suelta un "bueno, vale" mientras encoje los hombros y está más que dispuesto a enfrentar los tsunamis que el destino traiga, a asumir ser un exiliado de la zona de

La fuerza del perdón

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Ese día a Tutti, uno de los mejores amigos míos de la infancia, se le ocurrió asustarme acercándome un mechero a los ojos con tan mala suerte que lo hizo de lado del ojo derecho, que es lado del que no veo con lo cual nunca lo vi acercarse y solo cuando giré la cabeza descubrí que tenía la llama casi encima del ojo. Recuerdo que salí despavorido a casa, llorando sin parar y pensando nunca más volvería a hablarle a aquel chico. Una hora después estaba tocando a mi puerta para pedirme perdón y decirme que no había sido su intensión burlarse de mi, solo divertirse un poco, que se sentía muy apenado y que jamás lo volvería a hacer. Sobra decir que cinco minutos después estábamos jugando felices en la acera de casa como si nada hubiese pasado y negociando, como siempre lo hacíamos, que juguetes íbamos a intercambiar. Todo un chollo porque él tenía muchos juguetes que a mi me volvían loco, como un marciano verde en su nave espacial que acabó en mis manos como "ofrenda" de paz. Fue

Celebrar la vida

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Que tenemos motivos de sobra para deprimirnos es totalmente cierto. Que la vida nos asesta golpes de los que cuesta levantarnos, más que evidente. Que tarde o temprano los problemas, la enfermedad y la muerte tocarán nuestra puerta, es una certeza absoluta. A veces es todo tan triste que, al menos para distraernos, deberíamos volcarnos más en las pequeñas cosas buenas cosas que nos pasan y celebrarlo. ¿Que nos ascendieron en la oficina? ¿Que por fin pudimos cambiar de coche?¿Que con mil sacrificios nos compramos una casa? ¿Qué nos fuimos de vacaciones? ¿Qué nos dieron de alta después de una larga convalecencia? ¿Que el chiquillo de la casa aprobó el bachillerato? ¿Que cumplimos años y nos estamos volviendo cada vez más viejos? Todo, absolutamente todo habría que celebrarlo. Celebrar es un acuse de recibo que le hacemos a la Vida, le decimos que entendemos la suerte que tuvimos al conseguir lo que buscábamos, que estamos más que agradecidos y dispuestos a seguir recibiendo cosas buenas.

El primer beso

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  Ese día ella decidió que tenía que darme un beso. Teníamos once años, una edad más que suficiente para, aprovechando mi visita, intentarlo. Después de todo nos conocíamos desde chiquitos y mientras viví en la casa de al lado nos pasámos tardes enteras subidos en un árbol cantando y hablando de todo lo habido y por haber, la afinidad estaba más que comprobada.  Así que sin más preámbulo mientras jugábamos en el patio decidió estamparme sin éxito un beso que no pudo ser porque me puse a correr alrededor de la tienda de campaña que habíamos instalado diciéndole que no, que yo no estaba para cochinadas de adulto. Quiso la suerte que por agitarme me entrara un ataque de asma y tuviera que parar...en un instante me estampó un beso en la mejilla y me tomó de la mano. "¡Qué bien, ahora somos novios!". Aquello fue debut y despedida porque a las cinco de la tarde en punto tenía que regresar a la casa de mi abuela, así que de la mano me fue a dejar a la parada y mientras el bus se ale

Las amigas de mi madre

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  Se llamaban Maureen, Lidiette, Elsie, Delia, Marielos, Argelis, Ani, Marta y todas tenían en común que eran amigas de mi madre. Algunas no se concieron  entre ellas pero mi vieja siempre se alegraba de verlas, de que irrumpieran en su rutina para tomarse un cafecito y contar las últimas novedades del barrio. Si coincidían más de dos en la casa, se armaba una especie de mini fiesta en la que historias de pequeñas tragedias familiares se entremezclaban con chistes picantes, intercambios de recetas,  consejos para las plantas y por supuesto, con la degustación de algún licorcito que alguna hubiese traído de casa. A mi me encantaban porque hacían reír a mi vieja y cuando ella reía se reía la vida y yo me ponía contento pensando en que valía la pena hacerse adulto si a pesar del montón de problemas que muchas de ellas tenían -había visto llorar a alguna más de una vez- había un rinconcito para alegría, para la esperanza.

Retiro Espiritual

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La suerte quiso que en ese retiro espiritual al que asistíamos un variopinto grupo de personas, la risueña novicia se sentara frente a mi a la hora de almozar. Minutos antes los organizadores nos habían pedido que hiciéramos "ayuno de palabras" para que pudiéramos sentir el influjo divino en la paz y quietud del silencio, reconectarnos con las fuerzas del universo en todo momento.   La suerte quiso que me sentara precisamente en la silla que tenía las patas flojas, algo de lo que me percaté a los cinco minutos pero por no romper la magia del momento, esa atmósfera de reflexión que se había creado en ese salón en el que estábamos treinta almas, decidí no pararme y salir a buscar otra. Con un poco de suerte si me quedaba quieto, haciendo movimientos mínimos, nada pasaría pero mis cálculos erraron porque conforme pasaba el tiempo las patas comenzaban a ceder y a ceder hasta hacer crack y terminar yo en el suelo, rodeado de las carcajadas de la futura monja y de todos los comen

Felicidad a plazos

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  Desde el Lunes, Doña Haydeé, es decir mi madre, anunció a bombo y platillo que ya era hora de estrenar juego de comedor, que estaba cansada de ver el mismo casi desde el día de su boda y que le habían recomendado una tienda que tenía muebles preciosos y lo mejor de todo, los vendían a plazos, a paguitos como se dice en mi pueblo y que en ese entonces era un sistema "mágico" que al menos en casa nos permitía llevar una vida más que digna: ropa, electrodomésticos, bicicletas, cosméticos hasta el pan de desayuno...a decir verdad en nuestro hogar no había nada que se hubiese comprado al contado. Así que el sábado me tocó a acompañar a mi vieja a la mueblería. Fuimos en bus, que ni para taxi alcanzaba, y desde que entró se fijó en un juego de comedor enorme, de madera fina y sillas tapizadas verde musgo que le pareció el colmo de la elegancia. ¡Qué diseño de mesa! ¡Qué comodidad de sillas! -decía mientras se sentaba una y otra vez-¡Qué trinchante, finísimo! Se salía un poco de p

Pic-Nic

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Aquel día de verano yo estaba disgustado. Había planeado llevar a mi padre a Cercedilla, para que viera el paisaje de la Sierra madrileña pero tras bajarnos en el destino final no hubo forma de encontrar la ruta adecuada así que acabamos perdidos en una urbanización y sin más remedio que sentarnos en el primer descampado que encontramos a comernos un bocata de queso y brindar con una lata de cerveza que habíamos comprado en un chino porque por más que buscamos en nuestros bolsillos no nos alcanzaba para entrar en un restaurante y probar uno de esos menús que nos habían hecho la boca agua cuando pasamos por el centro del pueblo.   No recuerdo de que hablaríamos esa vez, seguro de lo siempre, de la infancia de mi viejo, de sus primos y amigos y de paso nos contaríamos alguna anécdota divertida de las que tanto nos hacían reír. Desde mi punto de vista el paseo había sido un completo fracaso porque nada había pasado como lo había planeado...desde el punto de vista de él fue un día marav

Pequeñas alegrías

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Tras un año tan turbulento como el 2020, en el que todo mi mundo acabó de cabeza -como para mucha gente-  dejé de pasarme la vida esperando grandes cosas como un trabajo fijo que POR FIN terminara esta inestabilidad laboral eterna, una gran historia de amor que pusiera fin a mi empedernida soledad, un golpe de suerte en la lotería para comprarme la casa de mis sueños. Digamos que ahora vivo -e intento ser feliz- con minúsculas alegrías, que como perlas preciosas atesoro para contarlas a la hora de dormir para sentirme un hombre afortunado: un meme que me hizo reír mucho, la copa de vino que me tomé y me supo a gloria, ese árbol floreciendo que ví de camino a casa y que me hizo recordar que la primavera sabe que siempre la espero en Madrid, esa canción que me puso la piel de gallina, las llamadas de mis hermanas para saber cómo me va la vida, el verme en el espejo y saber que a pesar de todo sigo aquí. En fin, que como mendigo de la vida, ahora vivo de modestas (minúsculas) alegrías.

Marzo de 1981

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  Mi vida cambió abruptamente aquel marzo de 1981. Tras dos años de estar en un colegio donde no te escupían por ahorrar saliva pero te hacían la vida imposible por no ser lo suficientemente rudo, por fin mis padres escucharon mis súplicas y amenazas y decidieron cambiarme de instituto y con ello transformar por completo el mundo que había conocido hasta entonces.  Era como un sueño estar en un lugar donde nadie se pasaba el día discutiendo quien era el alfa macho quinceañero de cuarta, donde los profesores llegaban en vaqueros y te trataban de tú a tú y un lugar donde uno gustaba, especialmente a las compañeras sobre todo Zeanne, que con su larga melena castaña y su cuerpo curvilíneo era oficialmente el sex symbol del Cole. Nadie podía entender que tuviera su cuaderno con corazones llenos de ZyG, y mucho menos que rechazara a todos los galanes que a menudo le declaraban su amor por estar detrás de un firuliche miope y torpe como yo. Fue con ella la primera vez en mi vida que fui a un

Tristeza nacional

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En octubre del 2017 el Gobierno de Costa Rica decretó tres días de Duelo Nacional por las ocho víctimas que dejó la tormenta Nate en el país. Al 3 de marzoo del 2021 llevábamos 2820 muertos por COVID-19 y la Administración Alvarado sigue sin querer decretarlo, como hemos venido pidiendo un grupo de familiares de víctimas de la pandemia a través de la plataforma  Change.org  desde noviembre del año pasado.   Al parecer Casa Presidencial está a la espera de hacerlo cuando se dé por terminada y controlada la pandemia dentro de muchos, muchos meses. Es decir, nuestros muertos pueden esperar, lo que no ha pasado en otros países como España, en donde en mayo del 2020 se declararon dos semanas de Luto Nacional por las Muertes del COVID 19 al final de la primera ola. En Costa Rica preferimos esperarnos, dejar que todo pase.  Una triste noticia para quienes desde hace meses venimos insistiendo en la necesidad que pronto se declare al menos un día en el que los que perdimos a un ser querido por

Amar la vida

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  Durante los últimos días de vida de mi padre, que también fueron los de mi madre lo más hermoso del mundo era verlos a ellos al momento de dormir. Me asomaba por una esquina de la puerta de la habitación, intentando no molestar y siempre me encontraba la misma escena, mi vieja acomodándole las mantas a mi padre y diciéndole, "mi amor, mañana será otro día, te voy cocinar algo rico y todo va a estar bien. Duérmete tranquilo que estamos juntitos". Mi madre sabía mejor que nadie que la paz en el dormitorio poco duraría, que mi padre otra noche más pasaría despierto, haciendo ruido, yendo y viniendo por la casa...pero ella seguía creyendo que vendrían tiempos mejores, que todo iba a cambiar. A menudo he pensado que esa fe en el futuro, esa esperanza contra viento y marea, es condición de cualquier gran historia de amor entre seres humanos pero también frente a nuestra existencia, amar la vida precisamente es eso, creer que todo va a ir bien, que la suerte algún día nos va a son

Como millonarios

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  Contaban mis padres que allá por los años sesenta vivieron la inauguración del primer supermercado del pueblo como una auténtica fiesta. En esa época, comprar sin que hubiese un tendero de por medio era algo que solo se había visto en las películas de Hollywood, se consideraba algo impensable entrar como "Pedro por su casa" a un establecimiento y empezar a llenar la cesta sin tener que pedírselo a nadie, era el colmo de la modernidad y de la libertad más absoluta que solo en USA existía.   Ese día dejaron mis hermanas al cuidado de una tía y emperfollados como quien acude a ver a un señor muy importante se fueron a comprar al "Mas x Menos". No podían creérselo, recorrer los amplios pasillos viendo todo lo habido por haber y echando en el carrito todo lo que se les antojaba que mermeladas de todos los tipos, que ropita y juguetes para las chiquitas, que cosméticos Max Factor para mi madre, cervezas de distintas marcas, tazas para el café...qué ilusión más grande y

Detener el tiempo

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El momento más triste cuando se visitaba la casa de abuela era la despedida. Te invadía una mezcla de sensaciones entre tristeza y la pereza de volver a la vida cotidiana. Daba igual que hubieras estado una tarde o varios días, siempre costaba abandonar la cálida seguridad del regazo de mi abuela, de ese estar alejado del mundanal ruido y sumido en el sueño de la infancia eterna. Irse de esa casa era como crecer, anticipar la edad adulta.  Como la parada del autobús quedaba enfrente de la casa teníamos la posibilidad de alargar la visita en el jardín, mientras oteábamos calle abajo si el bus se aproximaba. La "comitiva oficial" siempre estaba encabezada por mi abuela, el tío que ese día estuviese en casa, y al que por nada del mundo se le hubiera permitido decirnos adiós desde dentro, y alguno de mis primos pequeños que ella cuidaba y que casi siempre querían venirse contigo. Entonces llegaba el bus, el chofer miraba pacientemente como el grupo te despedía entre besos y abraz