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El desahucio

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Eran la pareja perfecta y lo tenían todo: una de las mejores casas del barrio, una buena posición económica y un hijo guapo aunque un poco díscolo. Durante años fueron los reyes de las fiestas del vecindario, la gente los quería porque eran simpáticos, cariñosos y siempre estaban dispuestos a echar una mano en las buenas causas. Parecía que nada podía ir mal en sus vidas pero no fue así, una mala decisión, la de poner la casa a nombre de su hijo por hacerle un bien, por asegurar su futuro, dio al traste con todo porque el chico inundado en deudas hipotecó la casa. La noticia del desahucio los dejó hundidos, a la "mayor brevedad posible" tenían que abandonar la vivienda, era demasiado para la pareja perfecta, para los que todos auguraban un futuro brillante. Se derrumbaron, ya nada tenía sentido y acordaron dejar juntos este mundo antes de sufrir la mayor humillación de su vida. Él le disparó primero en medio del llanto y luego se quitó la vida. La crónica policial lo regist

Nunca me olvides

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Fue en el Supermercado, un día cualquiera, cuando él la miró fijamente preguntándole quien era. En un primer momento ella creyó que se trataba de una broma, a lo largo de 40 años de matrimonio  su marido a menudo le gastaba alguna broma para hacerla sonreír -"es que estás más guapa cuando te enfadas"-sin embargo esta vez fue diferente, había algo en su mirada y en su voz completamente distinto, no rompió en una carcajada ni le dio un abrazo travieso, caminó desorientado por el pasillo mientras ella lo perseguía, "Cariño, ¿a donde vas? Soy tu esposa", mientras él repetía con insistencia en que había perdido el camino a casa. Aquello fue tan solo el principio de una cadena de despistes a los que el médico, dos semanas después , puso nombre: "su marido tiene Alzheimer". A ella le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo, a los 75 años se es demasiado joven para olvidar una vida y sobre todo una historia de amor. El primer beso, la luna sobre el mar en la

Entrelazados

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Mis padres no pueden pasar cinco minutos juntos sin abrazarse. Da igual lo que estén haciendo: sus brazos se buscan, se entrelanzan al ritmo de un vieja sinfonía que dura ya más de cincuenta años. En el supermercado, en el parque, cuando miran la tele o están en Internet buscando remedios caseros y letras de boleros, siempre están el uno al lado de otro mirándose con ternura, haciéndose carantoñas y descifrando juntos los misterios cotidianos. Mi madre suele decir que en el tema de pareja no hay ninguna fórmula mágica más que las ganas de seguir juntos a pesar de la adversidad, de las dudas y las malas rachas. “Que en cinco décadas pasan muchas cosas – me dice mirándome fijamente a los ojos – y a veces se quiere tirar la toalla pero al final hay que dejarse de tonterías, apostar por la persona que uno tiene al lado y estar dispuesto a recomenzar todos los días, ¿Quién dijo que el amor era fácil? ” concluye, mientras acaricia pensativa las manos de mi padre.

La paz del dormitorio

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Eran las dos de la mañana y dormían profundamente. Ella abrazada a la espalda de él, y él roncando con la tranquilidad que da estar en su propia habitación. Algunas revistas desperdigadas por el suelo, un poco de ropa encima de un carrito de supermercado y encima de una caja cartón un tetrabrik de vino y una barra de pan a medio terminar. Podría ser una escena cotidiana de cualquier matrimonio de mediana edad sino fuera porque estaba sucediendo en mitad de una céntrica plaza madrileña. La fauna nocturna iba y venía en ese sábado invernal mientras ellos, ajenos al ajetreo, probablemente soñaban con un tener un techo y una vida como la del todo el mundo. No se sabe si por respeto o por el frío que hacía, quienes pasaban al lado de esa pareja que tenía a Madrid por dormitorio, lo hacían en absoluto silencio como si estuvieran contemplando a un par de ángeles caídos cubiertos con un viejo edredón.