Tres ojos

Fue allá por 1973 que por primera vez me pusieron gafas. Tenía tan solo siete años y estaba encantando de la vida porque aquello me daba una pinta de superhéroe y marcaba una absoluta diferencia con el resto de la clase. Eran muy sesenteras, de montura gris y blanco, de cristal grueso, de ese que se quebraba fácilmente y que tanto hizo "sufrir" a mi viejo que cada dos semanas tenía que ir a repararlas porque como yo no tenía el cuidado suficiente pasaban quebradas la mayor parte del tiempo. Lo mejor de aquellas gafotas era que me permitían ver claramente, ¡qué bonito se veía! ¡hasta podía leer sin arrugar la nariz y sin tener que sentarme de primero en la Escuela y, a veces, hasta pararme para ver la bien pizarra! Me gustaron tanto las gafas que aquí sigo, llevándolas como parte de mí, por más lentillas y operaciones maravillosas contra la miopía me hayan ofrecido. Estoy, estaré condenado a ser un "tres ojos" de por vida como les decía a mis compañeros de primaria cuando intentaban burlarse de mi por llevar gafas, cada vez que me gritaban "¡Cuatro Ojos! ¡Cuatro Ojos!" yo respondía "¡Cuatro ojos no, tontos, tres ojos...que soy ciego de un ojo!"  

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