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Mostrando las entradas etiquetadas como Bares

¡Salud!

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En una época en la que medio mundo a mi alrededor se ha vuelto abstemio por las razones que sea -por la edad, por salud, para mantener la línea, por religión o para tomar cosas más fuertes (que ahora hay mucha modernidad suelta por ahí)- yo sigo con mi humilde vocación de borracho. Vale, sé que es un poco demodé y socialmente está mal decirlo pero qué le voy hacer? Soy muy buen borracho: después de la primera copa de vino mis amigos son los más guapos del mundo y mi Madrid, es la mejor ciudad del universo. He tenido muchos compañeros de juergas, gente adorable con la que arreglé y desarreglé el mundo, con la que regresé a casa de madrugada cantando desafinado alguna ranchera. Muchos de ellos ya se fueron de la ciudad, se casaron y renunciaron a su vida bohemia, y a muchos otros con tanta vuelta que nos dio la vida los perdí de vista pero en cada noche de juerga siempre los recuerdo con nostalgia y al brindar pienso en ellos. La gente de bien suele decir que los buenos amigos solo s

Lugares comunes

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Mis amigos me suelen decir que siempre voy a los mismos sitios. Y la verdad que tienen razón porque soy un poco gato y siempre acabo por encariñarme con los lugares que frecuento. No entiendo la manía de esta generación de estar siempre en busca de nuevos sitios, nuevas tendencias  y nuevas experiencias, huir eternamente de cualquier zona de confort. Se pasan el tiempo conociendo gente, viajando a lugares exóticos, cambiando de bares, de amigos y de parejas, es como si todo a su alrededor tuviera fecha de caducidad. A mi por el contrario todo ese frenesí me aturde porque me encanta la magia de lo cotidiano, de esos lugares de siempre. Ya sea el bar donde el camarero no te deja ir sin invitarte a una más, el restaurante chino de toda la vida en el que la dueña te regaña si dejas de ir mucho tiempo o  el supermercado  del barrio en el que la cajera te recomienda productos bajos en colesterol, para mi todos esos sitios cotidianos son parte de mi historia  y me recuerdan que vaya donde v

Lugares benditos

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Hay decenas de lugares en Madrid en los que pondría placas conmemorativas al estilo de esas que recuerdan a los héroes de las grandes guerras solo que las mías más bien rendirían homenaje a pequeñas batallas cotidianas, a esos instantes de felicidad que he disfrutado en esos bares, cafés, plazas y restaurantes. El primer beso, el “último” vino, la cálida bienvenida, la enésima despedida, la confesión inesperada, la cena romántica del fin de semana, la juerga del sábado, el abrazo dominguero con una caña en la mano...todos esos lugares han sido escenario de gestos cotidianos que han marcado y siguen marcando mi día a día. Las placas tendrían leyendas intrascendentes como "Aquí el suscrito probó junto a sus amigos de siempre el mejor vino", "Aquí descubrió la mirada más dulce", "Aqui aprendió que no es buena idea mezclar licores", "Aqui sentado al sol supo que por fin, la primavera estaba llegando" .Por eso suelo decir que más que ir a los lugar

Unos dientes para Miguelito

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Miguelito se arrancó con esas rancheras que suele cantar la gente de pueblo, esas canciones que llegan al alma sobre todo si uno pasa casi todo el año a 8 mil kilómetros de distancia de la otra mitad de su corazón. La idea era ir a recoger a un amigo al aeropuerto pero de camino nos “tropezamos” con un bar – que manía tienen los bares de meterse en el camino de la gente – y pedimos unas cervezas para “hacer tiempo” pero lo de siempre, entre zarpe y zarpe*, nos dieron las tantas y nos olvidamos de aviones y de historias. Así fue como conocimos a Miguelito, camarero y cantante. Venti y pocos años, mirada triste, delgadísimo, traje de charro desteñido -y probablemente de segunda mano- y un vozarrón que contrastaba con su apariencia de niño abandonado. Como todo buen cantante y con la ayuda del karaoke, que con la crisis no alcanza para un mariachi, se dedicó toda la noche a complacer al público con boleros de siempre, rancheras y alguna cumbia por si alguno se animaba a bailar. Finalizad