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Los Munster

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El primer hipster de Costa Rica fue mi padre. Mucho antes que se pusiera de moda ir en bicleta a todo lado, llevar cazadora a cuadros y botas amarillas Cartepillar mi viejo andaba por el mundo vestido así, yendo y viniendo en bicicleta, no por moda, sino porque como en esa época no teníamos coche era la forma más rápida y barata de moverse. La culpa de todo la tuvo la temporada que vivió en Estados Unidos, se fue a probar suerte intentando todo tipo de trabajo pero pudo más la nostalgia por mi vieja y por nosotros, sus hijos, que la necesidad de hacer dinero.  Se regresó y se trajo con él ese “look obrero”. Por aquella época cada vez que aparecía mi padre en mi cole alguien me decía, que me portara bien porque habían visto por el pasillo al señor con los “zapatotes” de Herman Munster. Mi mejor amiga en ese entonces, Magaly,  aseguraba que caminaban igual, que eran “idénticos”, y que si mi papá era Herman Munster yo no era otro más que Eddie Munster y eso explicaba muchas cosas de mi. N

Terapia

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El mejor psicólogo resultó ser el oftalmólogo al que visité hace muchos años, aprovechando que tenía un seguro médico muy bueno pensé que era buena idea preguntar si se podía hacer algo con muy estrabismo del ojo izquierdo. Después de revisarme a profundidad y mirarme desde todos los ángulos posibles me explicó en qué consistía los tratamientos que se aplicaban y aunque no eran peligrosos corrían el riesgo de agravar el problema sobre todo en lesiones antiguas como la mía pero que en determinadas circunstancias podían hacerse: “-¿Considera usted que su vida profesional ha estado determinada por ese problema? -Ay no para nada. -¿En sus relaciones sociales y familiares ha sido un factor determinante? ¿Se ha sentido menos querido? -Ay por supuesto que no. -¿Ese problema le ha generado algún problema de autoestima?¿Se siente menos que los demás? -Ay no, cómo se le ocurre. -Finalmente, ¿En su vida sentimental eso le ha afectado? ¿A la hora de ligar, por ejemplo,le ha determinado? -Ay no doc

Toda la vida

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  Como los días previos a mi regreso a España mi vieja se ponía muy nostálgica para animarla (y animarme), para consolarlos mutuamente, a la hora de darle las buenas noches siempre me sentaba a la orilla de su cama para tener una pequeña conversación en la que básicamente lo que hacíamos era permencer en silencio tomados de la mano: -¿Se va a cuidar? ¿Vamos a estar bien? ¿Verdad? -Sí Mamá, me voy a cuidar y vamos a estar todos muy bien ya verá. -Nos vamos querer toda la vida ¿verdad? ¿Hasta el cielo? -Sí Mamá, nos vamos querer hasta el cielo, ida y vuelta. -Te quiero mucho. No lo olvides. Apenas cinco minutos de conversación, un pequeño ritual que ha sido mi tabla de salvación  en los años posteriores a su partida.  Como mi vieja murió en tiempos de pandemia y se fue si que pudiérmos despedirnos en ese momento, mi memoria echa mano y se aferra a esos micro momentos en el que a lo largo de más de 25 años siempre nos dijimos lo mucho que nos amábamos. -Si, Mamá, nos vamos a querer toda l

Reflexóloga

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  Manuelita era Manuelita, no Manuela. A los cinco minutos de conocerla sabías de sobra que era entrañable y que decirle Manuela a secas era faltar el respeto a esa ternura que destilaba y a ese personaje vivaracho que era. A sus setenta y tantos se inscribió a  los cursos de uso de móviles que yo estaba dando en un Centro de Día, porque en esta vida “hay que aprender de todo” y decía que se le daba mal la tecnología, “es que no me entero de nada” y la verdad que así parecía porque cuando llegaba a las tutorías, si había alguien haciendome una consulta ella me daba el telefóno y me decía: “lo mismo de ella”.  Debo confesar que al principio me ponía un poco de los nervios porque venía desde su casa sin ninguna consulta específica pero como era tan encantadora resultaba imposible enfadarse. Tenía unos nietos “preciosos” como ella decía aunque en honor a la verdad aclaraba que en realidad no eran sus nietos sino hijos de sus sobrinos, “como mi hermana falleció me tocó cuidar a sus hijos a

Uber Deluxe

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  Por ese entonces en mis tiempos libres trabajaba para un ex presidente de Costa Rica. Había comenzado a colaborar con él en Madrid y desde el primer momento había muy buen “feeling”, casi como el de dos viejos amigos que se vuelven a encontrar por el camino. Todo el nerviosimo que puede producir conocer a una de las grandes figuras de la política nacional se desvaneció al instante cuando me recibió en calcetines en su despacho y tras un abrazo me pasó adelante. Cinco minutos después, enfrente de su asistente, me estaba entregando todas las claves de sus redes sociales diciéndome: “Pongo mi vida en sus manos, para que vea la confianza que me inspira” (Siempre me dio vértigo pensar en la responsabilidad que estaba asumiendo).  Aquello fue el inicio de una colaboración de años en las que me convertí su voz en las redes sociales y en la que las reuniones de “trabajo”-que en realidad eran un café informal en el que nos poníamos al día de la política nacional- siempre eran dónde “coincidié

2012

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  Se suponía que el 2012 iba a ser el PEOR año de mi vida. En Enero había terminado una relación de quince años y en mi imaginación ya había visualizado como serían los meses venideros: sumido en la más profunda depresión, llorando por los ricones y suplicando por una vuelta a esos años de convivencia mutua que en momentos como ése uno tiende a idealizar hasta tener la imagen de la clásica película de Disney en los protagonistas cantan y bailan mientras los pajaritos del bosque hacen la cama, olvidando los tiempos difíciles. De sobra sabía lo que vendría y daba por un hecho que no lo pasaría mal sino re-mal, viviendo la pesadilla de mi vida pero todo cambió tras recibir la propuesta más insólita de mi vida en boca de un primo: “¿Y si te vienes una temporada a Nueva York?”.  Al principio me pareció una idea descabellada porque estaba en paro y los pocos ahorros que tenía había que guardarlos para los deprimentes meses venideros  -sí estaba en paro y con el corazón roto- pero tras pensar

Susan Sontag

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  Gloria nunca supo lo que me hacía trabajar. Como desde que nos conocimos me puso la etiqueta de “intelectual” durante años cada vez que yo sabía que nos íbamos a encontrar comenzaba a leer todas las columnas de opinión y reseñas de libros de filosofía para no defraudarla. Gloria era la tía de mi ex, y no sé por qué desde nuestro primer encuentro quedó encantada porque POR FIN decía ella, había encontrado un interlocutor con el cual hablar de sus cosas, “sus cosas” eran historia, arte, política y literatura. Como lectora consumada que era, se devoraba cuanto libro hubiera y a falta de poder hablar con alguien cuando nos veíamos me pillaba por banda al momento de la cena con preguntas del estilo “¿Guille, recuerdas lo que decía Susan Sontag sobre la sociedad de consumo?” Por supuesto nunca sabía la respuesta y me hacía chiquitito en la silla, sudaba frío porque era como estar en los exámenes finales pero salía del apuro en cuanto ella me daba una pista, “Ah, sí, eso lo planteaba el mat