El abrazo
En los últimos meses los papeles se habían invertido, yo me había transformado un poco en un padre que lo cuidaba, que tenía que ayudarlo en sus labores cotidianas y él en el hijo, el niño que me recibía con una sonrisa cada vez que regresaba a casa y me preguntaba que si le había traído algo o al que tenía que darle el beso de las buenas noches porque sino no cerraba los ojos. Nunca estuvimos más unidos y aquel abrazo fue la despedida de 53 años de idas y venidas, el punto final de toda una historia de complicidades en la que nunca dejó de mirarme como si yo fuera el prodigio más grande del universo con un futuro prometedor tuviese la edad que tuviese para él yo podría ser cualquier cosas que quisiera (siempre he pensado que deberíamos mirarnos a través de los ojos de quienes nos aman para descubrir lo maravillosos que somos)
Y así, sin pensarlo, Luisito me dejó como herencia el mejor abrazo del mundo.
A mi viejo, a un año de su partida.
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