Noche de fiesta

Esa noche mi Tío German, cuya aparición en casa siempre presagiaba cosas buenas, anunció que nos llevaría de juerga a mi vieja y a mí, que era Miércoles Santo y la noche joven para como para quedarse en casa viéndonos las caras además, mi madre andaba un poco de bajón porque mi padre estaba viviendo en New Orleans y había que animarla.

A mis 16 años aquello me pareció un sueño hecho realidad porque por primera vez en mi vida saldría oficialmente de "juerga" con dos adultos, era la señal inequívoca de que para mi familia estaba dejando de ser un adolescente para convertirme en una persona frente a la que ya se podía hablar de todo sin que se escandalizara  y me sentía importante que mi tío me pidiera ser su cómplice para sacar a mi madre de fiesta.

Recuerdo que acabamos en el Bar México, un lugar que no era nada del otro mundo pero que para mi fue como estar en Las Vegas, un nuevo mundo en el que los adultos se desinhibían, fumaban, bebían y reían como si no existiese ningún problema en el mundo, como si la vida fuera un carnaval. Todo esa realidad de luces brillantes era tan distinto que hasta la Fanta de Naranja que me estaba bebiendo sabía diferente con una cumbia de fondo y viendo felices a dos de las personas que más adoraba en el mundo. 

Como cualquier noche de juerga que se precie en mi pueblo acabamos escuchando mariachis en La Esmeralda y luego comiéndonos una hamburguesa a media noche en un chiringuito de la capital, que era lo que hacía la gente mayor desde siempre como les expliqué con orgullo al lunes siguiente a mis compañeros de colegio cuando me preguntaron por mi Semana Santa, desde ese día empezaron a tratarme con más respeto, había dejado de ser el pringadillo de gafas para convertirme en el chico que se va de juerga con mayores. 


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