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Mostrando entradas de julio, 2019

Finales felices

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El otro día me contaba un amigo de Israel que tiene una tía abuela que nunca ha visto completa "The Sound Of Music" llega hasta la boda y luego se para a seguir con sus cosas porque le deprime ver la llegada de los nazis y que esa pobre gente tenga que salir huyendo, para ella no tiene ninguna gracia y no es un final feliz que una familia tenga que atravesar las montañas huyendo de la barbarie. Visto así, una lógica implacable desde todo punto de vista y a lo mejor algo que habría que aplicar no solo a todas las películas y series de TV -dejar de verlas como queremos recordarlas- sino a cualquier situación que atravesamos por la vida, todo tiene un final implacable pero nosotros decidimos hasta donde llegamos y con qué recuerdos nos quedamos, sea un trabajo, una relación, o una situación que a priori juzgamos desagradable, puede ser que las cosas no vayan como queramos pero tenemos derecho a vivir nuestro propio y muy personal final feliz.

Gaudeamus Igitur

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Una de las cosas que más me ha costado en la vida fue dejar de ir a la Universidad. Tras terminar la carrera y no tener absolutamente nada que hacer ahí, estuve yendo durante varios años. Llegaba, me daba una vuelta por los edificios y me metía a leer en la biblioteca. Sencillamente no comprendía mi vida sin ir al lugar donde había sido inmensamente feliz;  a diferencia de algunos compañeros para los que ir a estudiar era un martirio para mí era el mejor plan, no tanto por lo que aprendía como por la gente maravillosa que tuve la suerte de conocer. Podíamos pasarnos las horas hablando de política o riéndonos de la vida mientras preparábamos una presentación o repasábamos las materias para los finales. El mundo era una seductora promesa, un lugar en el que podríamos llegar a ser cualquier cosas por más descabellada que nos pareciera: presidente del país, escritor famoso, ministro, catedrático, todo, absolutamente todo era posible a nuestros veinte años. Muchos tiempo han pasado desde

Liberación

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Durante años mi amiga se sintió culpable por el fracaso de su primer matrimonio. Como desde siempre había sido alegre y extrovertida, siempre encontraba tiempo para asistir a cualquier actividad familiar o de su círculo de amistades mientras su marido pasaba largas horas en la oficina. Él vivía para trabajar y a duras penas dedicaba tiempo para el ocio, ella se sentía sola y un poco confundida, pensando en que a lo mejor la vida real era esa, dedicar las 24 horas del día a la profesión. Como era de esperar cuando se firmaron los papeles del divorcio no paró de escuchar indirectas y críticas sobre lo poco que se había esforzado en mantener el matrimonio con un hombre modélico, responsable y poco parrandero, y ella misma se atormentaba pensando en lo mismo: en que toda la culpa era suya. A los pocos años su ex marido se volvió a casar para divorciarse tiempo después, la causa: su nueva mujer se había hartado de esas jornadas laborales eternas, de estar al lado de un Workaholic . Di

El desahucio

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Eran la pareja perfecta y lo tenían todo: una de las mejores casas del barrio, una buena posición económica y un hijo guapo aunque un poco díscolo. Durante años fueron los reyes de las fiestas del vecindario, la gente los quería porque eran simpáticos, cariñosos y siempre estaban dispuestos a echar una mano en las buenas causas. Parecía que nada podía ir mal en sus vidas pero no fue así, una mala decisión, la de poner la casa a nombre de su hijo por hacerle un bien, por asegurar su futuro, dio al traste con todo porque el chico inundado en deudas hipotecó la casa. La noticia del desahucio los dejó hundidos, a la "mayor brevedad posible" tenían que abandonar la vivienda, era demasiado para la pareja perfecta, para los que todos auguraban un futuro brillante. Se derrumbaron, ya nada tenía sentido y acordaron dejar juntos este mundo antes de sufrir la mayor humillación de su vida. Él le disparó primero en medio del llanto y luego se quitó la vida. La crónica policial lo regist

Efímeros

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Dice mi amigo que le cuesta reconocer en esa mujer silenciosa y distraída a su madre, la que no paraba de bailar en la Feria, la que desde pequeño le enseñó sus primeros pasos de Sevillanas, la de las respuestas ingeniosas para todo, la que se arreglaba con esmero para salir a dar una vuelta por el pueblo del brazo de su marido. Cuesta reconocerla pero sabe que está ahí, y que cuando se tiene Alzheimer el tiempo es oro, cada segundo compartido cuenta porque nunca se sabe qué pasara el próximo día, repetir las veces que sean necesarias los "te quiero mucho", tomarla de la mano, sentir su piel suave, caminar con ella, hacerle cualquier comentario gracioso de los que antes la hacían reír a carcajadas, acariciar su pelo, decirle que mañana será otro día, que todo será distinto, mirarla con ternura y que ella vea tu rostro con atención y que sepa reconocer en él parte de su historia. "Todavía sabe quien soy...hay que aprovechar al máximo", dice mi compañero mientras in

La mirada de los abuelos

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Creo que habría que aprender a verse uno mismo con los ojos que nos miraban nuestros abuelos. En mi caso, a mi abuelo paterno cada vez que lo visitaba se le iluminaba la mirada y me recibía con un "qué bueno que viniste" mientras nos sentábamos a ver fotos antiguas. Era una pequeña fiesta en la que me contaba anécdotas de la familia y de la que siempre salía un poco conmovido porque sus ojos denotaban alegría y confianza que el mundo fuera mejor al estar yo en él. Mi abuela materna por otro lado, cuando yo llegaba se escondía de broma porque se "quejaba" que la abrazaba muy fuerte y que el día menos pensado la desarmaba. Siempre me veía con picardía y alegría porque decía que yo era un diablillo que siempre se salía con la suya mientras se reía. Dos miradas completamente distintas pero que se imprimieron en mi memoria, a lo mejor mis abuelos fueron capaces de captar mejor que nadie el fondo de mi alma y no soy tan mala persona ni tan débil, quizá debería comenzar