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Mostrando entradas de abril, 2019

El árbol

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Era un pino y estaba frente a la casa de mi vecina. Quizá medía unos ocho metros pero para mi era enorme y el mejor sitio para arreglar el mundo junto a mi amiga. A los 9 años uno tiene mucho que conversar ,y sobre todo qué pensar, y los adultos suelen ser de poca o nula utilidad porque son incapaces de ver las cosas tal como son y comprender qué es lo más importante del vida. Sentados en las ramas más altas pasábamos horas hablando de lo que queríamos ser cuando fuéramos grande o de lo bueno que sería ir un día irnos a vivir Disneylandia. El árbol era nuestro y eso lo sabían perfectamente los otros niños que no se atrevían a subir salvo invitación nuestra pero lo hacíamos de mala gana, para evitar que en casa nos regañaran. Cualquiera que quisiera hablar con nosotros siempre sabía que estábamos ahí, sentados en el árbol, charlando y oteando el horizonte porque desde esa altura dominábamos todo el panorama y sabíamos perfectamente quien estaba estrenando patines y no nos lo habí

Exiliados

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En cinco minutos me hice amigo de los recién llegados al barrio. Eran dos chicos que vivían en la segunda planta del edificio y como suele pasar cuando tienes ocho años, en cinco minutos éramos compiches, los mejores amigos del mundo mundial. A mi me intrigaban montones porque hablaban distinto y parecían tristes de solemnidad. La misma impresión me daba su casa: ningún sofá en el que sentarse, ninguna mesa en la que comer, ningún adorno solo maletas, una guitarra en un rincón, una bandera de Chile y un póster de Salvador Allende pegados en la pared. Mi casa tan llena de cosas, tan cálida, y la casa de mis amigos tan fría y vacía, me daba la sensación que algo faltaba en la vida de esos niños y de sus padres de mirada tan melancólica. ¿Qué pasaba con esa familia? Cuando le pregunté a mi vieja, me dijo que no pasaba nada. "Pobrecitos. Es que son exiliados". Esa fue la primera vez que escuché esa palabra en mi vida y comprendí de inmediato lo que era el exilio: una casa vacía

La hora de los novios

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Por aquella época todos los enamorados de Costa Rica sintonizaban "La hora de los novios" un programa tan cursi como su nombre en el que un locutor con voz dramática leía poemas de Pablo Neruda, ponía canciones románticas horteras de Claudio Baglioni y atendía al aire llamadas de radioescuchas que entre lagrimones y voz temblorosa declaraban su amor o desamor a esa persona tan especial. Eso lo sabía muy bien Zeanne. A sus 16 años era el símbolo sexual del Instituto por su voluptuosidad, mientras otras chicas a esa edad seguían siendo niñas, era curvilínea y con una melena larga que le daba un aire absoluto de "femme fatale". Todos los chicos suspiraban por ella pero ella -según su mejor amigo- solo suspiraba por mi. Durante mucho tiempo mantuvo estoicamente su amor en secreto hasta que un día se hartó y decidió declararlo en vivo y en directo a todo el territorio nacional llamando al programa para dedicarme una balada romántica. Para la mala suerte de Zeanne yo

Mala compañía

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Como nunca me gustó el fútbol y no me importaba en absoluto decirlo frente a mis compañeros de escuela y de colegio siempre me tomaron por un bicho raro. En mis tiempos la prueba absoluta de masculinidad de cualquiera "alfa macho" de 8 o 15 años era que te gustara el fútbol, que supieras "mejenguear" y que los lunes pudieras comentar los partidos del domingo hasta la saciedad. Como me repantinflaba el era incapaz de decir el nombre de cualquier jugador y mucho menos de patear un balón. Así que mis años de estudiante se limitaron a estar en clase de Educación Física perennemente en la banca, cuidando las mochilas de los compañeros, hablando con el que ese día había amanecido enfermo y el resto del día aguantando las indirectas de algunos de mis compañeros sobre lo raro que era yo. Durante muchos años aguanté el estigma de ser el diferente del grupo hasta que en segundo año de colegio apareció Arnoldo, al que todos hacían a un lado porque era mayor, había repetido

Bailando se entiende la gente

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Si se parte del hecho de que en el Caribe se baila antes de aprender a andar, lo más lógico y normal del mundo es que allá de donde vengo se ligue bailando. Bolero, cumbia, salsa, vallenato, cualquier ritmo puede convertirse en un arma de seducción masiva si se baila con pasión y con ganas. Grandes amores han nacido en una pista de baile y muchas relaciones se han derrumbado porque alguien ya no arrimaba la pelvis como antes o era incapaz de seguir el ritmo de su pareja. Como quien es buen bailarín suele ser buen amante, y no viceversa, para desgracia de muchos, en el baile se pone todo el empeño para no defraudar, y cada movimiento se transforma en una metáfora del amor: primero, un intercambio de miradas para saber hasta dónde podemos llegar; luego, un lento acercamiento hasta sentir los latidos del corazón del otro; después, el vaivén de los cuerpos, y finalmente, si se tiene suerte, el inicio de algo tan imprevisto como la historia del mundo. En mi pueblo decimos que para ser f

Breve historia de amor

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Se conocieron como se conocían los corazones usados por aquellos tiempos, por un escueto anuncio de 200 caracteres en el Segunda Mano en el que no se prometía nada pero se esperaba todo. Acudieron puntuales a la cinta con apenas referencia el uno del otro más que estatura, color de ojos y algún clave para reconocerse "iré con chaqueta azul", "yo con mochila roja", se reconocieron con la misma rapidez que se reconocen los náufragos de un mismo barco, recorrieron las tabernas de la ciudad, y a la tercera copa de vino perdieron la cuenta de cuantos llevaban , fumaron nerviosamente sin parar mientras no cesaban de mirarse a los ojos y de contarse cosas que solo se cuentan a quien no se piensa volver a ver en la vida, a la despedida un abrazo y un "¿Nos volvemos a ver? y un "Claro que si", pronunciado con escepticismo, un breve SMS al día sigueinte y una nueva cita en el que los dos eran ya "viejos" conocidos, de nuevo las confidencias y las pa

Mi abuela y la TV

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Cuando mi abuela veía la tele, el espectáculo era ella. Si había una persecución policial jaleaba a los defensores de la ley Cuando mi abuela veía la tele, el espectáculo era ella. Si había una persecución policial jaleaba a los defensores de la ley "¡Corran, que si no se les escapa...está escondido en la bodega!" y cuando lo atrapaban aplaudía con satisfacción: "¡Que bien, todo sapo muere estripado!" Durante los telediarios si salía Margaret Thatcher o Golda Meir movía la cabeza en gesto afirmativo y daba golpecitos en la mesa, "¡Sí señor, eso es lo que hay que hacer y punto!" Si por el contrario salía un político que le caía mal solía proferir algún insulto "Viejo más mentiroso, usted es un sinverguenza" o si salía algún grupo musical hacía el ademán de ponerse a bailar y movía las manos con alegría. Cuentan que la vez que participé en un debate en TV -la cosa más surrealista que he hecho en mi vida-  durante las dos horas mi abuela no se lev