Pic-Nic

Aquel día de verano yo estaba disgustado. Había planeado llevar a mi padre a Cercedilla, para que viera el paisaje de la Sierra madrileña pero tras bajarnos en el destino final no hubo forma de encontrar la ruta adecuada así que acabamos perdidos en una urbanización y sin más remedio que sentarnos en el primer descampado que encontramos a comernos un bocata de queso y brindar con una lata de cerveza que habíamos comprado en un chino porque por más que buscamos en nuestros bolsillos no nos alcanzaba para entrar en un restaurante y probar uno de esos menús que nos habían hecho la boca agua cuando pasamos por el centro del pueblo. 

 No recuerdo de que hablaríamos esa vez, seguro de lo siempre, de la infancia de mi viejo, de sus primos y amigos y de paso nos contaríamos alguna anécdota divertida de las que tanto nos hacían reír. Desde mi punto de vista el paseo había sido un completo fracaso porque nada había pasado como lo había planeado...desde el punto de vista de él fue un día maravilloso y durante muchos años pasó diciendo que había sido el mejor pic-nic de su vida porque el bocata estaba delicioso -y esa cerveza en un día de calor le supo a gloria-, porque habíamos pasado riéndonos todo el camino de vuelta -a pesar de casi perdemos el último tren-, porque había estado conmigo -"y con usted se vacila mucho"-, y para colmo con lo que nos sobró nos alcanzó para tomarnos una cerveza en el bar de abajo de casa. "¡Imposible pedir más!".

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