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Mostrando las entradas etiquetadas como Abuela

Perdón abuela

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Muchas veces me despedí de mi abuela. Quizá unas diez o quince veces y siempre la parte más difícil de cada viaje ese momento en que nos abrazábamos con la promesa de vernos pronto. Siempre era el mismo ritual, yo con lagrimones y ella dándome ánimos como lo había hecho toda la vida - aquí todos vamos a estar muy bien, porque estamos juntos, el que tiene que cuidarse es usted, que está solito allá - pero esa última vez fue diferente no solo porque ya no se levantaba de la cama y no me soltaba de la mano sino porque me suplicó que esa noche durmiera en su casa porque tenía mucho miedo. Nunca en mi vida la había escuchado decir eso, ella valiente de toda la vida, a la que casi no le gustaba llorar,  estaba asustada porque sentía que en cualquier momento se iría de este mundo y cuando eso pasara quería hacerlo rodeada de sus hijos y nietos.  Desconozco la razón porque esa noche no me quedé en su casa pero por más que lo pienso no puedo encontrar nada que fuera más importante que ese últ

Mi abuela y la TV

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Cuando mi abuela veía la tele, el espectáculo era ella. Si había una persecución policial jaleaba a los defensores de la ley Cuando mi abuela veía la tele, el espectáculo era ella. Si había una persecución policial jaleaba a los defensores de la ley "¡Corran, que si no se les escapa...está escondido en la bodega!" y cuando lo atrapaban aplaudía con satisfacción: "¡Que bien, todo sapo muere estripado!" Durante los telediarios si salía Margaret Thatcher o Golda Meir movía la cabeza en gesto afirmativo y daba golpecitos en la mesa, "¡Sí señor, eso es lo que hay que hacer y punto!" Si por el contrario salía un político que le caía mal solía proferir algún insulto "Viejo más mentiroso, usted es un sinverguenza" o si salía algún grupo musical hacía el ademán de ponerse a bailar y movía las manos con alegría. Cuentan que la vez que participé en un debate en TV -la cosa más surrealista que he hecho en mi vida-  durante las dos horas mi abuela no se lev

El taladro

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Por una puerta salía mi abuelo a trabajar a un pueblo para regresar hasta el fin de semana y por otro salía mi abuela a empeñar el taladro eléctrico, la "joya" del taller de mi abuelo. Por aquellos días tener que alimentar a ocho chiquillos no era tarea sencilla y el escaso salario que mi abuelo cobraba como electricista de la Compañía Nacional de Fuerza y Luz alcanzaba para lo justo. Si había que comprar uniformes, zapatos o medicinas había que echar mano del ingenio y del bendito taladro eléctrico cuya utilidad insospechada e inconfesada -mi abuelo murió si saber que aquella herramienta pasaba la mitad del tiempo en el Monte de Piedad-sacó a la familia de más de un apuro. Eso, y la tienda de un tío que en secreto daba de "fiado" cuanto fuera necesario para alimentar a la a toda la tribu y convidar algún vecino que estuviera pasando necesidad. Mi abuela,  que pasó su vida haciendo piruetas para que la pobreza "no se notara", haciendo equilibrios para ll