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Mostrando entradas de 2018

Que la pobreza no se note

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Hasta sus últimos días mi abuela siempre decía que una de las cosas de las que más orgullosa se sentía era que sus hijos siempre habían usado zapatos. Un sentimiento que cuesta entender sino uno no se traslada a esos años en los que casi todos eran pobres de solemnidad y andar con zapatos eran un privilegio de los "ricachones", que con sus zapatitos lustrosos cada día salían a conquistar al mundo mientras la mayoría de los mortales andaba por la vida con los pies desnudos. Contaba mi abuela que desde que jovencísima se convirtió en madre decidió que aunque la criticaran por querer aspirar a algo más -"me decían que qué me creía- y el dinero no alcanzara, sus hijos llevarían siempre zapatos porque que la vida calzado se disfrutaba más. Detrás de ese gesto, a lo mejor banal para una madre de 8 hijos, que tenía que hacer equilibrios para llegar a fin de mes, se escondía el deseo de mi abuela de mantener siempre la dignidad, de demostrar que por más mal que se estuvier

Silvia, la reina

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Que fuera guapa, simpática y que sobre todo, apuntada. Fueron los tres requisitos que me dieron para buscar una reina para la Escuela de Ciencias de la Comunicación Colectiva, estábamos en la Asociación de Estudiantes y ese año queríamos lucirnos como nadie. De inmediato pensé en Silvia, que de sobra reunía de sobra todas las condiciones y que por nada del mundo se perdería una oportunidad así porque si algo sabía ella era disfrutar el momento. -"Hmmm, y que hay que hacer? -Nada, solo ir montada en la carroza el día del desfile, saludar y tirar besos así (haciendo la mímica). -Hmm déjeme pensarlo (medio segundo después)...bueno sí, está bien. Usted si que es embarcador!!" Fue así como entre risas Silvia fue nuestra reina durante una semana y aguantó estoicamente el desfile universitario, con un vestido hecho para la ocasión, saludando sin parar al público y sonriéndonos con complicidad  de vez en cuando porque por una vez más yo la había embaucado a hacer algo y ella no

Plan de Vida

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Lo confieso, mis planes nunca resultan y eso lo sé desde los cinco años cuando me fugaba a a casa de mi abuela. Siempre me "atrapaban" a medio camino y terminaba sentado en el comedor comiéndome un plato de cereales y pensando que mi vida era un completo desastre  que "no podía seguir así". Han pasado los años y sigo teniendo la misma sensación, que de nada vale planear porque la vida siempre se las apaña para ponerme en situaciones inesperadas, mi conclusión es que si mi vida fuera una serie de TV probablemente el guionista pasaría los días drogado o borracho. No, no me estoy quejando, que ya me acostumbré a este "sin vivir" y no podría tener un día a día en la que todo estuviera planificado, yo improviso y con eso basta. Siempre pensé que estas alturas de la vida tendría un trabajo ideal, una casa coqueta con vistas a un jardín, un pequeña fortuna que me permitiera vacaciones cinco estrellas una vez al año y cenas en  restaurantes fashion de la ciudad,

Otro Mundo

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El año pasado estuve viviendo en Ramle, un pueblo a 17 kms de distancia que estaba destinado a ser grande y nunca lo fue. Dicen que el profeta Samuel nació en él y que un Sultán quiso convertirlo en capital de su reino pero vino un terremoto y arrasó con todo lo que él había construido, Napoleón en su camino a Jerusalem instaló sus tropas y se fue para nunca regresar, y aunque fue escenario de grandes batallas en la Guerra de Independencia por su posición estratégica la gente sigue teniendo la sensación que en Ramle nunca pasa nada sobre todo porque árabes y judíos conviven en paz en un letargo sin fin...quizá fue por eso que en el gimnasio siempre me recibían como si fuera una estrella, apenas llegaba el monitor ponía "Despacito" a todo volumen, de vez en cuando me tomaba fotos y la gente se acercaba para saludarme o para hacerme preguntas sobre palabras en español y hasta había un señor árabe que pasaba dándome la tabarra para que lo dejara llevarme a la casa porque er

Y sin embargo la vida

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Tras perder el trabajo de mi vida, finalizar una relación de más de 14 años, un infarto y dos angioplastias (una fallida) solo quería morirme cuanto antes. En el hospital pasaba los días enteros pensando en eso y en casa de mis padres intentando dejar todo lo más acomodado posible y haciendo una lista mental de lo que tenía que poner en orden antes de partir. Acabado, con el corazón partido y remendado en el sentido más literal del término, solo me quedaba esperar la hora. Sin embargo la vida comenzó a hacer de las suyas, a sacar sus mejores encantos, a seducirme con una familia que no tenía ninguna duda que saldría adelante y mi viejo que estaba encantado de acompañarme a rehabilitación tres veces por semana para poder contarme anécdotas de camino, con amigos que me llamaban para ver el atardecer y si había que llevarme en brazos no importaba nada, con médicos que se reían a carcajadas con mis preguntas, con entrenadores personales que creían más en mi que yo mismo, con gente que me

El taladro

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Por una puerta salía mi abuelo a trabajar a un pueblo para regresar hasta el fin de semana y por otro salía mi abuela a empeñar el taladro eléctrico, la "joya" del taller de mi abuelo. Por aquellos días tener que alimentar a ocho chiquillos no era tarea sencilla y el escaso salario que mi abuelo cobraba como electricista de la Compañía Nacional de Fuerza y Luz alcanzaba para lo justo. Si había que comprar uniformes, zapatos o medicinas había que echar mano del ingenio y del bendito taladro eléctrico cuya utilidad insospechada e inconfesada -mi abuelo murió si saber que aquella herramienta pasaba la mitad del tiempo en el Monte de Piedad-sacó a la familia de más de un apuro. Eso, y la tienda de un tío que en secreto daba de "fiado" cuanto fuera necesario para alimentar a la a toda la tribu y convidar algún vecino que estuviera pasando necesidad. Mi abuela,  que pasó su vida haciendo piruetas para que la pobreza "no se notara", haciendo equilibrios para ll

Y así lo resolví...

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Aparte del horóscopo, que los redactores de aquella revista inventábamos cada semana -según me cayera alguna persona del signo zodiacal así le irían las cosas- teníamos que escribir la columna "del corazón" en la que los supuestos lectores nos contaban problemas personales y cómo los habían superado. Como en aquella época yo no tenía ninguna pena -no entendía como la gente a los veinte años podía tener la vida tan complicada- mi fuente de inspiración siempre eran mis amigos, que por cosas de la vida siempre me tenían por un excelente confidente y me contaban sus secretos. Y lo era, porque no decía "ni mu" a los conocidos pero si a todo el país que sufría tremendamente con las penalidades y sufrimientos de mis amigos "Me enamoré de mi profesor de matemática pero es renco", "Me gusta mi vecina pero ella está casada con el verdulero", "Mi exnovio es un patán pero lo adoro"...las historias iban y venían, por un lado vino en mano y en plan

Viajeros

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Entonces era una aventura ir al aeropuerto. Se iba no solo a ver los aviones sino a los viajeros, sobre todo a los que llegaban y que por un instante se transformaban en una especie de héroes venidos de otros mundos que volvían a la patria cansados pero con mil aventuras que contar. En ese entonces solo había tres clases de viajeros: los que venían de Estados Unidos, los de México y los del resto del mundo que a nadie interesaban: Europa quedaba demasiado lejos, América del Sur no estaba de moda y nadie con dos dedos de frente se iba hasta China de vacaciones. A simple vista era muy fácil reconocer a los viajeros, los de Estados Unidos llegaban con veinte maletas, con osos de peluches de un metro e impolutos, estrenando zapatillas de marca blanquísimas, con aires de "ni te atrevas a mirarme que me he subido en un avión" y casi siempre mezclando castellano con alguna palabra en inglés para que se notaran que habían estado en la Yunai . Los de México por su parte llegaban con

Promesas

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Dicen que de todas las promesas que hacemos las más importantes son las que nos hacemos a nosotros mismos y sobre todo, las que nos hacemos cuando somos niños. La infancia es lugar mágico en el que pese a nuestra corta experiencia percibimos la vida en su estado puro y sabemos distinguir con pasmosa claridad lo que es importante en la vida y lo que es absolutamente innecesario. Es a ese ser, de seis o diez años a quien le tenemos que rendir cuentas, explicar por qué nos convertimos en una persona absolutamente distinta de la que queríamos y por qué no nos cumplimos esas promesas que hicimos frente al espejo o mientras jugábamos con nuestros amigos en las largas tardes de verano. En mi caso lo tenía claro: me prometí nunca ser un adulto amargado, reírme mucho y por todo, como me gustaba, querer "hasta el cielo" a mi familia, tener montones de amigos con los que jugar todo el tiempo, cantar y bailar sin parar. Mucho me ha costado mantener esas promesas pero lo estoy intentand

La vida, tan chiquitica

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En sus últimos días mi abuela siempre se quejaba de lo corta que había sido su vida. Apenas había tenido tiempo para ser la niña pícara que adoraba subirse a los árboles, la aprendiz de maestra que soñaba con dedicarse a la educación toda su vida, la joven esposa,  la madre de ocho chiquillos que la mantuvieron ocupada durante toda su vida y la feliz abuela que disfrutaba de la compañía de sus nietos. ¿Por qué irse tan pronto con tan solo 90 años? ¿Por qué dejar a los suyos en la mejor etapa de su vida? Todo había transcurrido a velocidad vertiginosa, era absolutamente injusto...para ella y para todos los seres humanos. Cuando tienes veinte o treinta años hay más tiempo que vida y sabes que lo que no hiciste hoy lo harás mañana, a los cuarenta empiezas a percatarte que a hay muchas cosas que probablemente nunca harás en la vida, a partir de los cincuenta empiezas a volverte un poco nostálgico, a mirar las cosas con la ternura de un viajero que sabe que a lo mejor no volverá andar

Fotógrafos

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En una época en la que pasamos la mitad del tiempo haciéndonos selfies y la otra intentando quedar bien en las fotos que nuestros amigos publican en las redes sociales  tendemos a olvidar a quien tomó la fotografía, a ese gran ausente que por mil razones no quiso o no pudo aparecer en esa instantánea para inmortalizar ese momento y que la mayoría de las veces tendría más de mil razones para ser retratado. El que no sale en la foto es parte de la historia, incluso a veces el más importante, los álbumes de nuestra vida están llenos de fotos que alguien nos hizo porque estaba viviendo un momento especial o porque ese día nos vio más bonitos de lo habitual y quiso capturar ese instante. Ese abuelo que fotografió a sus nietos mientras jugaban, esa hija que decidió que su madre estaba guapísima para la cena de Año Nuevo y que había que retratarla para la posteridad, esa pareja que en el último verano te tomó una foto mientras mirabas distraído el mar porque te vio radiante,  el hermano que

Papalotes

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Conseguir una cuerda resistente, retazos de tela y portarme bien. Eran los tres requisitos que me pedía mi tío para llevarme a volar "papalotes". A mis cinco años me sentía el chico más afortunado del planeta porque si había algo que me gustaba era volar papalotes y estar con mi tío que no paraba de hacerme reír con sus ocurrencias, mejor que ir a Disneylandia. La ceremonia siempre era la misma: armar la cola con retazos, comprobar que la cuerda era lo suficientemente resistente y lo mejor de todo, comprar el papalote más vistoso de la tienda aún sabiendo que duraría poco porque bastaba una mala caída a tierra para romper el papel del que estaba hecho, duraban poco, apenas para verlos volar en el horizonte  y sentirse infinitamente feliz por un instante. Los papalotes eran efímeros pero la alegría que te daban duraba semanas, cada vez que recordabas el momento triunfal en el que veías ascender el papalote entre saltos de alegría y la eterna sonrisa de mi tío, tan fugaz como

El Pintalabios

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Cuenta mi madre que el día que se murió su cuñada, lo único que pensaba era que la pobre estaba ahí en la funeraria sin maquillar y eso la tenía más triste aún sobre todo porque durante toda su vida mi Tía había sido una coqueta de primera línea, su melena siempre impecable, vestida de domingo, perfumada y lista como si fuera a una recepción de esas que salían en las revistas del corazón -y a las que siempre soñó ir- para ir al supermercado a comprar el pan de la mañana. Educada para triunfar en sociedad, para ser la esposa perfecta y brillar en sociedad había cometido el "error" de ser madre soltera, imperdonable para una señorita de buena familia. Mi madre se recriminaba haberse olvidado "precisamente ese día" de su carterita de maquillaje, por la mañana unas primas lejanas habían le habían llevado unas pinturas viejas que acabó tirando por la basura, imposible maquillar a Eli con pinturas desgastadas, rescatadas de la basura...los muertos tienen su dignida

Culpable

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Cuenta mi amiga que durante años se sintió culpable. Su padrastro le decía que era una malagradecida por no valorar cuanto la quería y todos esos "cariñitos" que le hacía cuando estaban a solas, en lugar de renegar debería sentirse la niña más feliz del mundo, "va a ver como un día de estos Tatica la va a castigar". Así que pasaba días enteros esperando que le cayera un rayo o le pasara algo muy malo porque seguramente a todas las niñas del vecindario le pasaba lo mismo y ninguna andaba quejándose o con carita triste como ella se veía cada vez que se cepillaba los dientes. Lo que más le confundía era que su madre siempre la sermoneaba por desobediente al tiempo que en voz baja le suplicaba que "por favor" no contara lo que pasaba en la casa. No entendía nada de nada: si no era algo malo y era normal ¿por qué no podía contárselo a nadie?  El día que lo entendió todo, dejó de sentirse culpable y se fue de casa para jamás regresar.

Hombrecitos

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No decía malas palabras, no me gustaba el fútbol, era un poco más "refinado" que el resto de mis compañeros y para colmo, el día que me enseñaron unas fotos de porno casero dije que no me gustaba. Cuatro elementos que sirvieron para ponerme la etiqueta de "rarito" en el Liceo de Costa Rica y que me convirtieron en el blanco eterno de bromas y comentarios. No había día que no regresara a casa sin que alguien me insultara sin venir a cuento. No ayudaba mucho que el colegio estuviera lleno de adolescentes obsesionados absurdamente en demostrar su masculinidad y de profesores que en cada discurso prometían que nos iban a hacer bien "hombrecitos", lo decían saboreando cada letra, y hasta con morbo, lo que resumidamente significaba que quedaban prohibidas cualquier muestra de debilidad, que no habían que apechugar con todo sin quejarse y comportarse en todo momento como un camionero. El colmo, la profesora de matemáticas, amiga de la familia, llamando a

Bailar con la más fea

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Hace poco me confesaba Lior que la culpa de no ser buen bailarín la tenía su adolescencia en Caracas. Como siempre había sido un poco "rarito" se pasó toda su juventud asistiendo a Bar Mitzvás, fiestas de cumpleaños y de fin de curso en plan convidado de piedra o de hombre invisible con el nadie quiere hablar para no ser impopular. La adolescencia es un período cruel y eso comenzó a sospecharlo desde los once años cuando comenzó a asistir a fiestas en las que siempre terminaba bailando con la más fea más que por placer por obligación porque casi siempre "la fea" era hija de amigos de sus padres, del rabino o de alguien importante de la colectividad. Así que con la desgana de un náufrago recién salido de altamar, Lior "aprendió" a bailar salsa, merengue, bolero, bachata..."y todas esas vainas horripilantes", concluye quien en son de protesta nunca volvió a bailar en su vida.

La última vez

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Hasta los treinta uno vive con la idea que hay más tiempo que vida y que siempre habrá una segunda oportunidad para decirle a alguien "te quiero", para pasársela bien con la familia o amigos, para triunfar...pasados los cincuenta la ecuación cambia, uno se da cuenta que el tiempo se va agotando y que hoy puede ser la última de vez que brindamos con nuestros amigos, que visitamos nuestro lugar favorito, que comemos ese plato que nos vuelve loco o que abrazamos a quienes amamos. Hoy puede ser nuestra última vez...