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Mostrando las entradas etiquetadas como Desamor

Boleros

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Dicen que la primera información que recibimos del mundo viene de nuestras madres, de los secretos que nos susurraron cuando estábamos por nacer y esas cálidas palabras que nos decían cuando nos acunaban. En mi caso, más que palabras fueron boleros porque mi vieja siempre cuenta que como por aquella época leyó un artículo del Reader´s Digest en el que recomendaban poner música clásica a los bebés desde antes de nacer ella lo cumplió al pie de la letra aunque lo alternaba con boleros, y no solo me los hacía escuchar sino que además me los cantaba porque las canciones de cuna le parecían demasiado sosas. Es decir que las primeras palabras que oí, aparte de las de la familia, fueron de Agustín Lara, José Alfredo Jiménez, Armando Manzanero y Pedro Infante, entre otros, y esas grandes historias de amor, de gente que sabía que cuando se quería de veras era imposible vivir tan separados, que le suplicaba a un reloj que no marcara las horas porque al día siguiente uno de los dos tendría que

Breve historia de amor

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Se conocieron como se conocían los corazones usados por aquellos tiempos, por un escueto anuncio de 200 caracteres en el Segunda Mano en el que no se prometía nada pero se esperaba todo. Acudieron puntuales a la cinta con apenas referencia el uno del otro más que estatura, color de ojos y algún clave para reconocerse "iré con chaqueta azul", "yo con mochila roja", se reconocieron con la misma rapidez que se reconocen los náufragos de un mismo barco, recorrieron las tabernas de la ciudad, y a la tercera copa de vino perdieron la cuenta de cuantos llevaban , fumaron nerviosamente sin parar mientras no cesaban de mirarse a los ojos y de contarse cosas que solo se cuentan a quien no se piensa volver a ver en la vida, a la despedida un abrazo y un "¿Nos volvemos a ver? y un "Claro que si", pronunciado con escepticismo, un breve SMS al día sigueinte y una nueva cita en el que los dos eran ya "viejos" conocidos, de nuevo las confidencias y las pa

Maldito verano

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Llegó el verano, échate a temblar, las grandes decisiones del año se toman en esta época. Es lo que tiene el calorcito, que aunque pareciera que nos atonta en el fondo nos tiene muy despiertos y como estamos de relax, con mojito en mano y el mar enfrente libramos nuestros sentidos, nos relajamos y llegamos a la triste conclusión que la vida que llevamos no nos gusta. El trabajo es una pesadilla, nuestros compañeros son inaguantables y seguimos sin sentirnos realizados, la casa en la que vivimos necesita reforma urgente, estamos demasiado fofos -tenemos que apuntarnos a un gimnasio YA-  y nuestro matrimonio hace mucho que hace aguas, estamos malgastando el tiempo con una pareja que ni fu ni fa cuando el mundo está lleno de gente más interesante. Las portadas de otoño son un poema al desamor y las reuniones de empresa post vacaciones casi siempre anuncian tragedias en aras de la "optimización" de recursos que pensó el jefe durante sus vacaciones mientras tomaba el sol

Mi primer móvil

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Dicen que los objetos tienen vida propia y más allá del uso cotidiano que le demos,  a veces llegan a tener una trascendencia impensable, un simple boli, un par de zapatos o una camiseta pueden transformarse en un poema de amor o de desamor. En mi caso fue mi primer móvil, un regalo de una persona a la que quise muchísimo por lo que, más que un aparato tecnológico,  en el fondo fue toda una declaración:  me lo daban porque querían tenerme cerca. En aquel entonces no era un teléfono de última generación pero para mi siempre fue el mejor del mundo porque me abría la puerta a una nueva vida, era importante para alguien. Aún recuerdo lo que me costó deshacerme de aquel "ladrillo" dos años después, y la pena que me dio entregarlo en la tienda a cambio de un modelo Nokia moderno que cabía en el bolsillo del pantalón.  La chica de la tienda nunca entendió la cara de tristeza que tenía.  Fue como dejar atrás una parte muy querida de mi vida.

Cartas de amor

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Ahí las tengo en una caja metálica. A decir verdad algunas no son cartas precisamente sino facturas, post-it, pedazos de informes, de partes médicos o propaganda de bancos en las que alguien un día decidió dejarme algún breve mensaje que de cierta forma cambió mi vida. A simple vista son cotidianos, no contienen ninguna gran declaración pero reflejan la ternura de un tiempo lejano, el eco de vidas pasadas en el que cuesta reconocernos cuando por cosas de la vida nos hemos vuelto extranjeros de nosotros mismos. ¿Alguien sintió todo eso por nosotros? ¿Fuimos tan importantes en la vida de esas personas? ¿Alguien tuvo la paciencia de escribir al reverso de una lista de compras que ese día nos iba a cocinar nuestro plato preferido solo para vernos sonreír? He querido quemarlas, olvidarme de ellas por completo pero algo siempre me lo impide: pienso en cuan triste que habría sido mi vida sin ellas y que hay gente que deja este mundo si haber recibido nunca cartas de amor. Así que siguen ahí

La era de los muebles

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La verdad que con la moda de estas apps para ligar se está volviendo más difícil que nunca tener pareja. Esto de tener el "catálogo" a mano las 24 horas del día nos está volviendo demasiado dispersos y un poco neuróticos porque como el menú es tan variado y gratis -aunque no hay nada en esta vida es regalado- nadie quiere tomar una decisión final, comprometerse hasta no haber probado toda la gama de platillos, estamos padeciendo el mal de nuestro tiempo, lo que los sociólogos llaman el síndrome del FOMO (Fear of Missing Out) el pánico de querer abarcarlo todo con tal de no perderse las últimas novedades sean deportivas, culinarias, cinematográficas o sexuales y que nos impide disfrutar del momento. De eso he estado hablando mucho con Elena, que descubrió que su prometido "solo por diversión" se pasaba horas chateando con otras chicas. Tras la incredulidad inicial de ver a su chico en esos sitios y en una postura sexy -"que encima le quedaba francamente fa

Cariño si te quiere

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Tusa, o Tusita como la llamábamos, podría aparecer en cualquier momento y a cualquier hora del día. Daba igual si estábamos charleando en la calle luego de alguna reunión o viendo la tarde pasar, ella llegaba se plantaba frente a ti con la mirada triste y perdida y te preguntaba incesantemente : "¿Verdad que cariño no me quiere?" Ella aguardaba en silencio la respuesta que según el día que tuviéramos podría ser un "Claro que te quiere" o un simple "Si, Tusita cariño no te quiere". Con la frialdad que te dan los 20 años, reíamos un poco y seguíamos con nuestra conversación mientras ella se alejaba triste y solitaria renqueando por las calles. Poco o casi nada se sabía pero lo que todos teníamos claro era que Tusita escondía detrás de menuda figura un drama y la tristeza de quienes nunca en su vida se han sentido amados. A lo mejor un padre cruel o un gran amor que le rompió el corazón, Tusa sufría y lloraba por las calles de mi pueblo su desventura. Ha

Tangos y rancheras

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Como está visto que las penas saben nadar, al menos las mías que son campeonas olímpicas, más que ahogarlas las entretengo para que no den mucho la tabarra y permanezcan quietas en un rincón del alma. Para ello más que al alcohol que siempre resulta más costoso recurro a la música. Si lo que quiero es que mis penas se regodeen y se sientan destrozadas por un cruel destino les pongo un buen tango como el que comienza con “Silencio en la noche…” y que cuenta la historia de una viuda que pierde a sus cinco hijos en una guerra y a cambio le dan cinco medallas. A menos que fuera mi abuela, que fijo las habría empeñado para comprar lotería, uno queda hecho polvo pensando en lo que hará esa pobre mujer con tantas medallas. Si lo que quiero es que mis penas se dejen de pendejadas les pongo rancheras que tienen la extraña virtud de hacerme sentir ganas de torear desamores, fracasos y nostalgias. Aunque la que más me gusta es “El rey”, no tiene trono ni reina pero sigue tan campante, las de P

Cosas

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Un plato, una cuchara, una copa, un pin, un peluche, facturas con dibujos, tarjetas de felicitación, CDs “piratas” con éxitos de los noventa…a simple vista, como cualquier objeto de su especie, poco o nada los hacen especial salvo que por azares del destino acabaron por convertirse en testigos de una época en la vida de uno, que son las épocas que realmente importan, las que establecen los historiadores poco o nada significan para la gente que ríe, sufre y ama. Uno va atesorando esos objetos sin mayor pretensión que la de guardarlos y que en un futuro le sirvan para recordar que la vida no fue un simple sueño y que las huellas quedaron grabadas en el alma. Mañana cuando muera se descubrirán en un cajón todos esos objetos inconexos sin saber que hubo un tiempo en el que tuvieron vida propia y que alguien gracias a esas cosas “ sin valor” amó y fue amado.

Exilio

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Antes de cerrar la puerta como de costumbre revisó que todo estuviera en su sitio. Cuando salía siempre hacía lo mismo: recorría rápidamente la casa para comprobar, por ejemplo, que los electrodomésticos estuvieran apagados, que las toallas estuviesen colocadas como le gustaba y, para echarse una vanidosa mirada en el espejo del salón. Sin embargo, como ese día era diferente decidió hacerlo con más calma: meses antes, su mujer durante una fuerte discusión le había soltado un escueto “es mejor que te vayas” y él, incrédulo al principio y resignado al final, estaba a punto de dejar su hogar sin entender muy bien las razones de la separación. Caminó descalzo muy lentamente por el pasillo y las habitaciones, acariciando con la mirada cada objeto y rincón, quería grabar en la memoria cualquier detalle desde el azucarero con dibujos orientales sobre la mesa de madera hasta las hiedras del jardín que de seguro en primavera reverdecerían. Agradeció a la casa cada instante de felicidad - d

Nosotros que nos queremos tanto

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Mi madre cocinaba al ritmo de boleros. De pequeño me gustaba escucharla mientras yo jugaba o hacía lo deberes. Ella decía que no tenía una gran voz pero a mí me parecía que cantaba tan bien como Libertad Lamarque sobre todo por que lo hacía con sentimiento, y hasta se le escapaba alguna lagrimilla cuando cantaba alguna de esas canciones. A los ocho años no entendía cómo una simple melodía podría emocionarla tanto para mí los boleros eran de Marte sobre todo porque en ellos, en la peor de las situaciones, siempre había alguien que sufría por amor o en el mejor de los casos, los dos sufrían por amor. ¡Vaya lío el mundo de adultos! Para mi todo era tan simple como querer a quien te quiere y no querer a quien no te quiere y punto final. Hace poco volví a escuchar completo un viejo disco de boleros, puse el CD me dejé caer en el sofá y a los cinco minutos estaba envuelto en todas esas historias de encuentros y desencuentros, de grandes amores, y de despedidas inexplicables. Entonces ent
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Es lo que tiene el desamor, que de repente empiezas a fijarte en los detalles, en las pequeñas cosas que adoras de esa persona que has perdido o estás a punto de perder. La forma en que sonríe cuando ha tenido un buen día, cómo camina de prisa cuando quiere llegar al cine y ver la peli de su vida (otra vez), cómo se peina por las mañanas mientras intenta no dormirse frente al espejo, con la ilusión que come un plato de pasta hecho a toda prisa o como te da los buenas días con una mirada que espanta nostalgias y destierra muertes y olvidos. Es lo que tiene el desamor, que te pasas el día haciendo un inventario de todas esas cosas insignificantes que por nada del mundo te habrías perdido pero de las que estás a punto de despedirte. De repente quieres detener el tiempo, grabar en cámara lenta todos esos pequeños momentos y sentir que son parte de tu alma.