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Mostrando entradas de 2017

Maldito verano

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Llegó el verano, échate a temblar, las grandes decisiones del año se toman en esta época. Es lo que tiene el calorcito, que aunque pareciera que nos atonta en el fondo nos tiene muy despiertos y como estamos de relax, con mojito en mano y el mar enfrente libramos nuestros sentidos, nos relajamos y llegamos a la triste conclusión que la vida que llevamos no nos gusta. El trabajo es una pesadilla, nuestros compañeros son inaguantables y seguimos sin sentirnos realizados, la casa en la que vivimos necesita reforma urgente, estamos demasiado fofos -tenemos que apuntarnos a un gimnasio YA-  y nuestro matrimonio hace mucho que hace aguas, estamos malgastando el tiempo con una pareja que ni fu ni fa cuando el mundo está lleno de gente más interesante. Las portadas de otoño son un poema al desamor y las reuniones de empresa post vacaciones casi siempre anuncian tragedias en aras de la "optimización" de recursos que pensó el jefe durante sus vacaciones mientras tomaba el sol

Desde siempre

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El primer recuerdo que tengo de mi padre es a los cinco años, en mi primer día de kindergarden. Aún siento su mano firme en mi cuello durante el viaje en autobús esa mañana y me parece verlo por la ventana de mi aula alejándose camino hacia su oficina mientras me decía adiós y yo entre lagrimones pensando en que la vida no era justa, habría sido mucho mejor irme de paseo con mi viejo a cualquier parte como tantas veces lo hacíamos. El  primer día del resto de mi vida y mi padre estuvo ahí como ha estado a lo largo de estos cincuenta años en los que más que padre e hijo parecemos dos amigos que han compartido mucho y que no necesitan terminar un chiste o una anécdota porque se saben el final de memoria y les entra la risa tonta. Estuvo cuando entré a la primaria, al segundario...en cuanta graduaciones he tenido y ha podido asistir para aplaudir y contarle luego a los vecinos con orgullo que su hijo le salió muy aplicado. No sé como pero siempre se las ha ingeniado para estar ahí, pa

Olor a soledad

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A mi los selfies siempre me dan un poco de tristeza porque quieras o no siempre huelen a soledad. Antes si querías hacerte una foto tenías que hablar con alguien, decirle a un amigo que te hiciera el favor o algún desconocido. Recuerdo la primera vez que fui a Paris, como en todas mis grandes ocasiones estaba solo por lo que no me quedó más remedio que pasar todo el viaje que pidiéndole a ilustres desconocidos que me hicieran la fotico de rigor frente al Louvre o al Arco de Triunfo para que mis viejos pudieran ver lo bonito que era todo aquello y lo bien que me sentaba viajar. Al final siempre te amigabas con alguien, el día se te hacía más llevadero y llegabas al hotel con la sensación que lo más importante del día había sido precisamente esa conversación con otros turistas. Ahora todo eso se terminó, los parques, los museos y los baños están llenos de gente solitaria estirando los morritos y sacándose selfies día y noche para dejar constancia, por si las dudas, que existen.

Despedidas

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Se piensa que con los años uno se acostumbra a todo pero no es cierto. A mi cada vez más me resulta más difícil despedirme. Confieso que intento por todos los medios de evitarlo, de escabullirme como ladrón a mitad de la noche, sin que nadie se entere o sin tener que repetir la liturgia del adiós, la de las promesas del vernos "muy pronto", la de reprimir las lágrimas con una sonrisa forzada, la del abrazo triste con lágrimas en la mejilla. A lo mejor porque por experiencia sabes que detrás de cada despedida hay una ruta incierta, es imposible asegurar que las cosas van a seguir igual, que nosotros seguiremos siendo los mismos de siempre cuando nos volvamos a ver, a lo mejor porque con los años uno sabe que el tiempo es efímero y que la vida es una lucha a contratiempo con el adiós definitivo.

Des (Amor)

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El desamor transita por la misma ruta del enamoramiento pero a la inversa, es el camino de vuelta a casa. Cuando nos enamoramos de la noche a la mañana cambia todo a nuestro alrededor, esa persona que hasta hace poco no existía comienza a ser cada vez  más y más importante al punto que acabamos deseando compartir cada segundo con ella, y si estamos lejos pensamos con ternura en cada detalle de su rostro, su mirada de ángel o esa sonrisa que parece iluminarlo todo y nos hace enterrar miedos y tristezas y nos parece increíble que hayamos vivido tanto tiempo sin conocerla. Con el des-amor sucede algo parecido:  al principio pensamos en esa persona todo el día,  repasamos con nostalgia las viejas fotografías y nos parece mentira que ya no esté a nuestro lado. Lloramos, pensamos en los "Y si" una y otra vez para caer en cuenta que ya no sirve de nada.  Conforme pasa el tiempo el recuerdo se va haciendo más y más pequeño hasta que un día nos damos cuenta que ya no pensamos t

Nostalgia

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En la familia la llegada de mi tía de Estados Unidos significaba un torbellino de alegría. Ella para mí era una especie de Mary Poppins que siempre venía cargada de regalos y de divertidas anécdotas de la vida en Nueva York que me hacían soñar, lo mejor de todo era que durante el tiempo que durara su visita era más libre que nunca porque los horarios de la casa se trastocaban, mis padres estaban distraídos atendiendo a mi tía por lo que podía hacer lo que se me antojara, vivía en el paraíso. Fue en una de sus visitas que con seis años por primera vez conocí una extraña sensación que comenzó justo cuando nos acercábamos al aeropuerto para despedirla y ví a lo lejos el avión de la PanAm, de pronto sentí un nudo en el estómago, unas ganas incontenibles de retroceder en el tiempo y una tristeza profunda, mi madre lo diagnosticó de inmediato: eso se llama nostalgia. Lejos estaba de imaginar que esa sensación me acompañaría a lo largo de mi vida.