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Mostrando entradas de abril, 2012

El Lai Fhuc

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Puede que nunca saliera en la Guía Michelin y que solo fuera conocido por la gente del barrio pero durante una época para mí fue el mejor restaurante del mundo. Comencé yendo con mi pareja de aquel entonces -como no había mucho dinero en casa era la opción perfecta para las noches de domingo y sentir al menos, que ese fin de semana nos habíamos permitido el “lujo” de cenar fuera- y acabó convirtiéndose en una extensión de la sala de casa a la que llevaba amigos y familiares para celebrar pequeñas victorias o animar los días grises del invierno. Aparte de tener un árbol de escayola en el centro del comedor – nunca supe si por alguna superstición o porque alguien pensó que le daba un aire chic al lugar- no tenía nada que lo hiciera especial salvo que los dueños se esmeraban tanto en atenderte que conmovían: tenían las mesas puestas con primor, solemnemente te daban a probar el vino de mesa como si fuese un Vega Sicilia, esperaban con paciencia a que estudiaras el menú y sonreían co

Saudade

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Cuenta Ari que de pronto rompió a llorar como un niño. Hasta entonces había llevado relativamente bien la separación, como después de todo él mismo había tomado la decisión de dejar a Raquel por razones que a la fecha es incapaz de precisar, desde el principio decidió tomarse la cosas con filosofía y asumir con relativo entusiasmo su nueva vida de soltero: jornadas intensas de trabajo, padel, gimnasio, cursos de idiomas y noches eternas de juerga. Sin embargo ese día en cuestión de segundos cambió todo precisamente cuando, por fin, había ligado con una chica estupenda. De repente sin saber cómo ni por qué en medio de besos y caricias empezó a sentirse irremediablemente triste y a echar de menos a Raquel, es lo que tienen las razones del corazón que siempre son inoportunas. Primero fue un hilito de tristeza que poco a poco fue conviertiéndose en un mar de nostalgia, de ganas de echar el tiempo atrás y volver a esos días en los que las cosas tenían sentido. Acabó sentado al borde de la

Exilio

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Antes de cerrar la puerta como de costumbre revisó que todo estuviera en su sitio. Cuando salía siempre hacía lo mismo: recorría rápidamente la casa para comprobar, por ejemplo, que los electrodomésticos estuvieran apagados, que las toallas estuviesen colocadas como le gustaba y, para echarse una vanidosa mirada en el espejo del salón. Sin embargo, como ese día era diferente decidió hacerlo con más calma: meses antes, su mujer durante una fuerte discusión le había soltado un escueto “es mejor que te vayas” y él, incrédulo al principio y resignado al final, estaba a punto de dejar su hogar sin entender muy bien las razones de la separación. Caminó descalzo muy lentamente por el pasillo y las habitaciones, acariciando con la mirada cada objeto y rincón, quería grabar en la memoria cualquier detalle desde el azucarero con dibujos orientales sobre la mesa de madera hasta las hiedras del jardín que de seguro en primavera reverdecerían. Agradeció a la casa cada instante de felicidad - d