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Facebookseando

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Desde que descubrí Facebook estoy que me salgo. Por fin, por fin puedo cotillear en la vida de mis amigos sin tener que hacer preguntas indiscretas y ningún esfuerzo más que un simple clik. En un pis pas tengo acceso a la vida y milagros de mis amigos, y de mis no-amigos, puedo saber si se han cansado, si son felices si tienen una vida tan prometedora como la que decían, si tienen problemas conyugales...todo de todo. Vamos la maravilla de las maravillas. Como si fuera poco puedo ver sus amistades porque eso de "dime con quien andas y te iré quien eres" es una verdad como la catedral de Burgos y así puedo deducir algunas cosas de su personalidad que no me han querido decir pero yo, que soy listo como el que más, he descubierto. En fin que es el invento que soñaron todas las marujas y marujos del mundo, sería perfecto sino fuera porque tambien mis amigos y no amigos se están enterando de todo lo que hago y deshago. Y eso la verdad mola menos.

¿Para qué sirven los balcones?

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Obviamente, para cotillear y para nada más. Por mucho que se diga que los balcones sirven para dar luz, para colocar plantas o añadir un toque coqueto a cualquier edificio, está claro que todo son excusas, porque no hay nada mejor que ver cómodamente el mundo desde un balcón en actitud triunfal, como Julio César en su trono. Desde ahí, con el mayor descaro del mundo, podemos ver desde escenas amorosas hasta pleitos callejeros y desfiles, y saludar a la vecina de enfrente (aunque no la soportemos). Cotillear desde una ventana es una indiscreción, pero hacerlo desde un balcón es poesía pura. Hablo con la autoridad que me da el haber vivido durante cinco años en un piso con balcón a la calle Mayor de Madrid, una época maravillosa en la que apenas veía la tele, porque los telediarios resultaban ñoños comparados con lo que contemplaba desde mi habitación. Pasaba los días entretenidísimo cotilleando a todo dios sin percatarme de que mis vecinos, y el público en general, a su vez también pod

Cotillas

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En estos días he pensado mucho en Socorro. Doña Soco, una entrañable vecina de mi barrio que aparte de su afán por servir a los demás se distinguía por ser una cotilla o vina (como dicen en mi pueblo) de vocación: no había acontecimiento alrededor de su casa o a varias manzanas de ella (o a kilómetros a la redonda como decían las malas lenguas) que no se le escapara, donde estaba la noticia ella aparecía “por casualidad” con la compra a cuestas (teníamos la sospecha que su carrito era de utilería y estaba vacío), dispuesta a recabar toda la información posible en tiempo récord. Si por alguna razón las cosas no quedaban claras no tenía inconveniente alguno en hacer una visita a los protagonistas con la excusa de llevarles un caldito o unas galletitas hechas por ella misma y así poder confirmar el notición del siglo y contarlo al resto de los mortales que, dicho de paso, también se morían de ganas por saber lo que había ocurrido. Como vivíamos enfrente de ella en casa nos acostumbram