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Como en las telenovelas

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Hace unos meses un amigo me contaba que siempre se había reído de las telenovelas, que le parecía una exageración todo lo que le pasaba a los protagonistas, que era absolutamente imposible que en la vida real la vida de la gente fuera tan excesivamente complicada. A él, químico de profesión, racional, contenido en sus emociones, reservado en su vida privada y la persona más discreta del universo le resultaba creer todos esos enredos en los que se metían los personajes: nadie con dos dedos de frente se mete con la mujer de su mejor amigo, ninguna mujer se puede enamorar de un farsante que ama a otra, ninguna joven becaria puede creer que el jefe dejará a su mujer para casarse con ella, nadie puede amar a dos personas a las vez, nadie puede ser pareja de alguien a quien no ama y pretender ser feliz. Mi amigo pensaba y pensaba entre risas que eso en la vida real nunca pasaba hasta que el año pasado su madre le reveló que su padre era otro y que se había casado estando embarazada de él.

¿Tienes alguna vocación frustrada?

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Definitivamente sí. Como me llamo José Guillermo de Jesús, nací en Latinoamérica y me va el drama, era obvio que estaba destinado a ser actor de culebrón, además exitoso. Eso ya lo decían en el jardín de infancia cuando me tocaba interpretar a algún prócer de la patria y me lo repetían durante todo el instituto en el que, para escaquearme de las materias de siempre –que está visto que no sirven para nada, porque si lo hicieran el mundo sería distinto, le pese a Pitágoras, a Aristóteles y a todos los historiadores, que me tenían frito con Colón y su Isabel La Católica, tan católica ella– me apunté a teatro. Por si fuera poco, lo pasaba bomba y me venía de perlas para llegar tarde a casa, «por los ensayos». Tenía un brillante futuro como arlequín, pero todo acabó cuando, solemne, les comuniqué a mis padres que me iba a apuntar a una compañía de teatro ambulante y ellos, muy solemnes, me dijeron que de eso nada, que tenía que estudiar una carrera en condiciones y no ir de loco por la vida

Insultos a la carta

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Si un extraño me insulta en la calle me descojono de risa porque nunca he podido entender esa manía que tiene mucha gente de insultar a ilustres y pobres desconocidos. Como los buenos culebrones latinoamericanos bien nos han enseñado solo nos pueden insultar y ofender correctamente quienes conocen nuestros secretos: que a la sufrida protagonista su verdadera madre le diga que es una “regalada” (“una cualquiera” en castellano ibérico de toda la vida) es algo que puede traumatizar a la heroína y hacer sufrir a los telespectadores durante varios capítulos, pero que en el autobús alguien la insulte por un simple pisotón solo puede ser utilizado en la trama para confirmar la bondad de la víctima y los malos malísimos que son los demás. Después del corte de publicidad nadie se acordará de ese incidente ni de la cara del figurante que insultaba, y Yajaira Patricia, o como se llame, seguirá sufriendo por el amor imposible de Carlos Emilio. Toda una filosofía que ha marcado mi vida y que expli