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Mostrando entradas de junio, 2019

Superhéroe

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Durante mi infancia una estampa típica era estar yo jugando en casa con amigos y aparecer mi padreen la puerta con su traje de bombero, con toda la cara chamuscada y mi vieja detrás diciéndole que se vaya directo al patio porque sino toda la casa iba oler a humo. Mis amigos se quedaban con la boca abierta mientras yo disimulaba lo orgulloso que me sentía de tener un padre que era absolutamente distinto al resto, un superhéroe: durante el día era el típico empleado bancario gris, de traje y corbata. Durante la noche, un bombero que corría grandes peligros salvando gente. Como si fuera poco, al igual que Batman tenía una radio que captaba las transmisiones del Cuerpo de Bomberos, de la Policía y de la Cruz Roja con lo cual mi viejo estaba al tanto de lo que pasaba en la ciudad,  y estar siempre listo para salir correr al rescate, terremotos, inundaciones, incendios...el mundo podía dormir tranquilo porque mi él estaba patrullando por ahí.  Hace mucho que dejó de ser bombero pero nunca,

Al diablo con el diablo

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Francamente yo acabé hasta las narices del demonio a los seis años porque a raíz del estreno de la película "El Exorcista" el diablo comenzó a salir hasta en la sopa, en el telediario, en los periódicos, en las conversaciones de adultos y en la de los chicos, todos hablaban de posesiones demoníacas e incluso mi abuela tuvo una vecina que estaba poseída y que repartía ostias e insultos a diestra y siniestra cuando la invadía el maligno. Pasábamos el día asustados y por la noche era imposible conciliar el sueño porque veíamos la imagen de la dichosa niña, sentíamos levitar nuestras camas y escuchábamos voces siniestras que nos llamaban insistentemente, para crear ese atmósfera de terror tampoco ayudó que muchas madres comenzaran a decir que la cría del Exorcista se lo tenía bien merecidito por andar de desobediente, que si le hubiera hecho casa a sus padres y a la maestra el diablo jamás se habría fijado en ella. Como yo era cualquier cosa menos obediente pasé meses de meses

La última vez

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Hubo una vez que fue la última vez que jugamos con nuestros amigos de infancia. Como de costumbre fueron a buscarnos a casa y salimos más que felices a recorrer el barrio buscando mil aventuras o a sentarnos tranquilamente en el parque para hablar de nuestros temas, para discutir si Superman era más fuerte que el Increíble Hulk. Como todos los días la madre de uno de nuestros amigos nos llamó a merendar y aquellas galletas y refresco nos supieron a gloria, nos sentimos afortunados por tener los mejores amigos del mundo. Como siempre nos dijimos con desgano un "Hasta Mañana" mientras nuestros hermanos desde la puerta nos avisaban que la cena estaba servida y que había que apurarse para acostarse. Esa noche nos dormimos deseando que llegara el verano pronto el verano para pasarnos el día en la calle, para jugar sin parar hasta cansarnos, para no bajarnos de la bicicleta tan solo para comer pero ese verano nunca llegó: los padres de alguien se divorciaron y tuvieron que dejar

¿Qué vas a ser cuando seas grande?

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Durante la adolescencia una y otra vez siempre me hacían la misma pregunta, entonces se me consideraba un ser humano en progreso, una promesa en potencia que podía llegar tan lejos como sus sueños, astronauta, científico, piloto...cualquier cosa estaba a mi alcance básicamente porque tenía tiempo de sobra, la vida por delante(yo lo tenía muy claro: quería ser presidente del país, entre otras cosas). Conforme el tiempo pasó, la gente dejó de preguntar sobre mis planes futuros y yo mismo perdí la sana costumbre de hacerme la misma pregunta. Se supone que a los treinta, cuarenta, cincuenta años YA deberíamos ser alguien y tener nuestros sueños más que cumplidos pero como no en mi caso no es así ni de lejos -y me estoy dando cuenta que en muchos aspectos sigo siendo una tábula rasa- de un tiempo a esta parte me paso preguntando qué quiero ser de mayor.

Volver a bailar

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Estaba lleno de pánico y de tristeza. En un año me había quedado sin trabajo, había terminado una relación, había tenido un infarto, una angioplastia fallida que estuvo a punto de mandarme al cementerio en medio de la incredulidad de mucha gente y de mismos doctores que atribuían mis "achaques" a los nervios y aunque la segunda operación había salido bien me había quedado con el miedo como telón de fondo de mi vida cotidiana. Llevaba una vida sana, caminaba todos los días, seguía al pie de la letra todas las recomendación que me habían dado durante el proceso de rehabilitación pero por las razones que fuera me negaba a bailar. Esa noche sin embargo todo fue distinto, no sé si la culpa la tuvo el vino, la música o las tremendas ganas que tenía de sacudirme esa tristeza que me acompañaba desde hacía mucho pero simplemente la música me envolvió, lentamente me puse a bailar y no paré en toda la noche. Nunca nadie entendió por qué estaba tan feliz y probablemente se habrían sorp