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Mostrando entradas de mayo, 2021

Maldita Primavera

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Corría el año de 1981 y en la radio no paraba de sonar "Maldita Primavera" en la radio. Yo con 15 años recién cumplidos no terminaba de entender de qué iba todo aquello y por qué Yuri se quejaba tanto de algo tan inocente como la primavera, total que era una estación más del año y no había que hacer tanta alaraca de algo tan cotidiano...en primavera florece todo y los días son soleados, SO WHAT? no entendía nada de nada porque el amor era algo lejano para mí,  ciencia ficción pura y dura para un chaval que pasaba soñando y decidiendo si le apetecía ser más "presidente de la nación  o estrella de rock and roll" hasta que en plena de primavera de 1999 se tropezó de zopecón con el amor, con ese " ¿y si seguimos viéndonos?" y la clásica resignación de quien sabe que no tiene escapatoria y suelta un "bueno, vale" mientras encoje los hombros y está más que dispuesto a enfrentar los tsunamis que el destino traiga, a asumir ser un exiliado de la zona de

La fuerza del perdón

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Ese día a Tutti, uno de los mejores amigos míos de la infancia, se le ocurrió asustarme acercándome un mechero a los ojos con tan mala suerte que lo hizo de lado del ojo derecho, que es lado del que no veo con lo cual nunca lo vi acercarse y solo cuando giré la cabeza descubrí que tenía la llama casi encima del ojo. Recuerdo que salí despavorido a casa, llorando sin parar y pensando nunca más volvería a hablarle a aquel chico. Una hora después estaba tocando a mi puerta para pedirme perdón y decirme que no había sido su intensión burlarse de mi, solo divertirse un poco, que se sentía muy apenado y que jamás lo volvería a hacer. Sobra decir que cinco minutos después estábamos jugando felices en la acera de casa como si nada hubiese pasado y negociando, como siempre lo hacíamos, que juguetes íbamos a intercambiar. Todo un chollo porque él tenía muchos juguetes que a mi me volvían loco, como un marciano verde en su nave espacial que acabó en mis manos como "ofrenda" de paz. Fue

Celebrar la vida

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Que tenemos motivos de sobra para deprimirnos es totalmente cierto. Que la vida nos asesta golpes de los que cuesta levantarnos, más que evidente. Que tarde o temprano los problemas, la enfermedad y la muerte tocarán nuestra puerta, es una certeza absoluta. A veces es todo tan triste que, al menos para distraernos, deberíamos volcarnos más en las pequeñas cosas buenas cosas que nos pasan y celebrarlo. ¿Que nos ascendieron en la oficina? ¿Que por fin pudimos cambiar de coche?¿Que con mil sacrificios nos compramos una casa? ¿Qué nos fuimos de vacaciones? ¿Qué nos dieron de alta después de una larga convalecencia? ¿Que el chiquillo de la casa aprobó el bachillerato? ¿Que cumplimos años y nos estamos volviendo cada vez más viejos? Todo, absolutamente todo habría que celebrarlo. Celebrar es un acuse de recibo que le hacemos a la Vida, le decimos que entendemos la suerte que tuvimos al conseguir lo que buscábamos, que estamos más que agradecidos y dispuestos a seguir recibiendo cosas buenas.

El primer beso

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  Ese día ella decidió que tenía que darme un beso. Teníamos once años, una edad más que suficiente para, aprovechando mi visita, intentarlo. Después de todo nos conocíamos desde chiquitos y mientras viví en la casa de al lado nos pasámos tardes enteras subidos en un árbol cantando y hablando de todo lo habido y por haber, la afinidad estaba más que comprobada.  Así que sin más preámbulo mientras jugábamos en el patio decidió estamparme sin éxito un beso que no pudo ser porque me puse a correr alrededor de la tienda de campaña que habíamos instalado diciéndole que no, que yo no estaba para cochinadas de adulto. Quiso la suerte que por agitarme me entrara un ataque de asma y tuviera que parar...en un instante me estampó un beso en la mejilla y me tomó de la mano. "¡Qué bien, ahora somos novios!". Aquello fue debut y despedida porque a las cinco de la tarde en punto tenía que regresar a la casa de mi abuela, así que de la mano me fue a dejar a la parada y mientras el bus se ale

Las amigas de mi madre

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  Se llamaban Maureen, Lidiette, Elsie, Delia, Marielos, Argelis, Ani, Marta y todas tenían en común que eran amigas de mi madre. Algunas no se concieron  entre ellas pero mi vieja siempre se alegraba de verlas, de que irrumpieran en su rutina para tomarse un cafecito y contar las últimas novedades del barrio. Si coincidían más de dos en la casa, se armaba una especie de mini fiesta en la que historias de pequeñas tragedias familiares se entremezclaban con chistes picantes, intercambios de recetas,  consejos para las plantas y por supuesto, con la degustación de algún licorcito que alguna hubiese traído de casa. A mi me encantaban porque hacían reír a mi vieja y cuando ella reía se reía la vida y yo me ponía contento pensando en que valía la pena hacerse adulto si a pesar del montón de problemas que muchas de ellas tenían -había visto llorar a alguna más de una vez- había un rinconcito para alegría, para la esperanza.