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Finales felices

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El otro día me contaba un amigo de Israel que tiene una tía abuela que nunca ha visto completa "The Sound Of Music" llega hasta la boda y luego se para a seguir con sus cosas porque le deprime ver la llegada de los nazis y que esa pobre gente tenga que salir huyendo, para ella no tiene ninguna gracia y no es un final feliz que una familia tenga que atravesar las montañas huyendo de la barbarie. Visto así, una lógica implacable desde todo punto de vista y a lo mejor algo que habría que aplicar no solo a todas las películas y series de TV -dejar de verlas como queremos recordarlas- sino a cualquier situación que atravesamos por la vida, todo tiene un final implacable pero nosotros decidimos hasta donde llegamos y con qué recuerdos nos quedamos, sea un trabajo, una relación, o una situación que a priori juzgamos desagradable, puede ser que las cosas no vayan como queramos pero tenemos derecho a vivir nuestro propio y muy personal final feliz.

Cine forum

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En casa solían celebrarse los cine fórum como deberían hacerse en todo el mundo mundial: en pijama. Por lo general las sesiones tenían lugar los domingos por la mañana, poco después del desayuno, cuando los dos únicos críticos oficiales de la casa, mi padre y mi madre, decidían contarnos la película que habían visto la noche anterior sin escatimar ningún detalle, incluyendo cómo terminaban, que lo de no contar el final  fue una invención moderna de los críticos de los periódicos. Mi padre era el experto en películas de guerra y para ser más concretos de la II Guerra Mundial. Consideraba que eran las únicas que merecía la pena ver aunque el final siempre era previsible, al menos para mí: pasara lo que pasara siempre ganaban los aliados.  Sus películas preferidas eran El puente sobre el río Kwai , cuya banda sonora la pasaba silbando a todas horas; El día más largo y, por supuesto, Los cañones de Navarone , una peli que tuvieron que ver en dos partes porque durante el estreno la funci

Pe y yo

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Lo mío con Penélope Cruz es algo muy personal y punto. La culpa de todo la tiene un rodaje en el que fui figurante o extra, como dicen en mi pueblo y que me parece más justo para describir ese trabajo en el que uno es solo parte del decorado para darle “credibilidad” a una escena, para que nadie se piense que en este mundo todos van a ser ricos y famosos. Fue una madrugada en una estación de metro. En la escena de “profunda complejidad”, a la voz “Acción” yo tendría que salir corriendo con la mochila roja, prestada para la ocasión por mi compañero de piso, correr por todo el andén e intentar sin resultado coger el metro. A los pocos segundos, en el mismo andén, aparecía Pe –melena al viento, vaqueros ajustados y camiseta de tirantes blancos– y ambos esperábamos el próximo tren. Finalmente llegaba, nos subíamos –en vagones separados para mi pesar– y listo, finalizaba la escena. Decir que tuve que repetir mi parte unas sesenta veces es decir poco, una y otra vez tenía que correr por el

Mi ojo derecho

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A sus 43 años mi ojo derecho no se ha entrado que es un ojo. Él se siente oreja, codo, rodilla cualquier cosa menos ojo. De niño tenía la intriga más grande por saber que se sentía mirar con los dos ojos y pasaba horas tratando de imaginarme cuán grande sería el mundo visto de izquierda a derecha pero al mismo tiempo, y no por partes como solía (y suelo) hacer. De adulto esa intriga se ha convertido en una especie de alivio, supongo que al ver con los dos ojos me daría cuenta de lo mal que están las cosas y me volvería un amargado de cuidado. Así que mejor la vida con un solo ojo, además resulta práctico: en fiestas, cenas y actividades en las que hay gente que no me apetece ver, simplemente trato que siempre estén a mi derecha para no verlos en toda la noche, digamos que es mi manera de dar la espalda con elegancia. Ellos cándidos en la inopia total y yo más contento que ninguno. Otra de las ventajas, y más ahora que está de moda, es que uno se evita las películas en 3D. A la vista es