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Mostrando las entradas etiquetadas como Nueva York

El muertito

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No se puede visitar la Estatua de la Libertad y estar pensando en lo que vas a hacer con un cadáver. Eso fue lo que me pasó en mi primera vez en Nueva York. Había llegado hasta la ciudad para recoger el cuerpo de un tío mío, fallecido varios días antes. Lo que iba a ser una operación relámpago de un par de días, entre visitas a Precintos Policiales para saber qué había pasado con él, morgues y funerarias (para pedir descuentos) se había transformado en un viaje iniciático de 10 días en que todo podía pasar como que el dueño de una funeraria para demostrarte lo práctico que era la cremación pida a su asistente que le traiga a don Luciano y que don Luciano resulte ser un paquetito de 2 kilos, de color rosa pálido, lo ponga sobre su escritorio, lo abra y por culpa de una ráfaga de viento salgas impregnado de don Luciano RIP hasta las cejas, "1.80mts, 190 libras caben en esta cajita, una maravilla".  O que la dueña de la casa en la que te estás alojando te diga que de ningún mo

Mi abuela y el Empire State

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La culpa de que me guste tanto el Empire State es de mi abuela. La vez que estuvo en Nueva York  llegó a mi pueblo revolucionada. Amante de la modernidad -solía criticar con vehemencia a todos los nostálgicos por el modo de vida de antaño "como se nota que nunca lavaron a mano, ni cocinaron con leña, ni caminaron largas distancias hasta el hospital cargando a un hijo enfermo"- vino encantada con todo lo que vio por allá, de lo fácil que era la vida doméstica con tanto electrodoméstico, con el metro a todas partes, con tiendas en las que se podía conseguir lo inimaginable pero sobre todo con el Empire State. Con folletos y fotografías en mano solía contarnos todas la sensaciones que vivió cuando estuvo frente a ese rascacielos, que para ella simbolizaba lo mejor del espíritu humano, las ganas de aspirar cada vez más alto y seguir adelante aún en las peores circunstancias.  De niño me gustaba sentarme con ella en la cocina y escuchar como era la vida en un lugar tan lejano y

Atardecer en Brooklyn

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Era el final de la tarde, la hora en que Nueva York se tiñe de un extraño gris melancólico en el que los gigantes de hormigón emergen como fantasmas solitarios entre el mar y la fría tierra. Era el final de la tarde y el epílogo de la historia de aquel latinoamericano que tan solo un año antes había dejado su tierra con la esperanza de ganar algunas pelas demás y así asegurarse su porvenir. Era el final de una tarde de primavera. De un solo golpe quitamos el precinto policial de su habitación y abrimos la puerta de la minúscula habitación de una "pensión", de esas que las grandes metrópolis del "confort" suelen reservar para los excluidos, donde dían antes había muerto en soledad, ese rostro anónimo de quien todos decían que era hermano de mi padre. Era el final de una vida. Mientras afuera la tempertura con dificultad superaba los cero grados, uno a uno sus "tesoros" desfilaban por mis manos -una docena de libros,comida enlatada, guía de viajes y algunas