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Cenicientas

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A partir de los cincuenta años todos deberíamos tener presente que todos somos Cenicienta a las 11:45pm y que la fiesta terminará a las doce en punto. Estamos en los últimos quince minutos del baile y nos toca decidir qué hacemos: si bailamos sin parar el rato que nos queda, si bebemos a borbotones el champán y besamos a quien queramos o si nos quedamos en un rincón quejándonos de lo mal que la orquesta toca, de lo insípida que estaba la comida y del mal rollo que tienen algunos en el salón.  Tik tak tik tak…el reloj suena y nos avisa que dentro de nada las luces se van a apagar y reinará el silencio eterno. A los veinte estamos recién llegados al baile, tenemos tiempo de sobra para quejarnos, para no saborear la comida, para no dejarse llevar por la música porque apenas son las cinco de la tarde, el salón está casi vacío y podemos darnos el lujo de esperar. Tenemos tiempo de sobra para no hacer caso de las miradas furtivas, para negar el beso, para no probar los manjares que nos o...

Fotografías

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Durante todos los años que fuimos abuelo y nieto, nuestro nexo de unión siempre fueron las fotografías. Tras fundirse conmigo en un abrazo y decirme lo contento que estaba con mi visita –se emocionaba mucho cuando me veía- mi abuelo Mario me mandaba a sacar del armario una caja en la que guardaba decenas de fotografías de momentos familiares cuidadosamente fechadas en la parte de atrás. “Mirá ahí está su papá, cuando cumplió 12 años le regalamos una cámara y lo llevamos a estrenarla al volcán, estaba feliz de la vida…a que no sabe quien es ésta señora? Su bisabuela Carlota, ahí estamos vistandola con Luis de meses...mirá esta foto, fue la vez que me disfracé de duende y su abuela de hada…que tiempos aquellos!!!”Con cada fotografía mi abuelo sonría con nostalgia, se quedaba pensativo como tratando de evocar en su memoria cada pequeño detalle para contármelo todo de ese viaje, ese cumpleaños, ese día cotidiano en el que había pillado a mis tíos jugando con su perro. Pocas veces nos senta...

Millonaria

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Durante los últimos meses de vida de mi vieja a menudo me repetía que no me preocupara por el tema monetario porque ella tenía “ahorros”, lo decía con total aplomo, con la seguridad de quien tiene una inmensa fortuna y que podría felizmente vivir sin preocupación alguna, “así que tranquilo, no se preocupe que en alguna forma tiramos para adelante”. Días después de que falleciera, al cerrar su cuenta bancaria descubrimos que sus “riquezas” no llegaban ni siquiera a modestas, eran una suma mínima que había ahorrado a lo largo del tiempo de lo poco que le sobraba de su pensión…era poquísimo dinero pero ella se sentía millonaria. Con el tiempo he llegado a la conclusión que esa actitud la mantuvo a lo largo de su vida, solía repetir que el dinero no era problema, que mientras se tuviera salud y trabajo había mil formas de llegar a fin de mes, quizá por eso nunca la escuché quejarse por la economía familiar. Sin dudarlo, esa actitud de mi madre fue la gran salvación en época de vacas flacas...

Perdonar

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Por un conjunto de malas decisiones en varios aspectos de su vida, allá por 1977, mi padre perdió su trabajo y estaba a punto de perder su matrimonio. Por aquel entonces yo tenía 11 años y me daba cuenta que las cosas iban francamente mal por que veía a mi vieja agobiada, a mi padre derrotado y escuchaba más que nunca la palabra divorcio cada vez que llegaba alguna visita a casa. Yo tenía sentimientos divididos porque por un lado entendía por lo que estaba pasando mi viejo pero por otro estaba furioso con él porque de zopetón mi mundo estaba a punto de cambiar. Fue por ese entonces que mi madre nos llamó a la cocina a mí y a mis hermanas para decirnos que no teníamos que estar enfadados con él, que era un ser humano y como tal cometía errores y que a lo mejor nosotros de adultos cometeríamos los mismos y que al contrario,  teníamos que amarlo más que nunca, estar cerca de él y tener presente lo más importante para él éramos nosotros. Además, nos decía que estuviéramos tranquilos po...

Barbie y Ken

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Ser el único chico del barrio que tenía un Ken me trajo una inusitada fama  entre las niñas que no paraban de invitarme a jugar con ellas,  y el escarnio de los energúmenos  mini machos alfas del barrio para los para divertirse solo existían la mejenga (fútbol), bicicleta o pasear por el barrio haciendo gamberradas fuera de eso cualquier pasatiempo que uno tuviera, como leer y jugar con el Lego, se consideraba sospechoso, poco de hombres. La verdad yo lo que quería era una figura de acción como el Madelman o Big Jim pero como en Costa Rica la moda de figuras de acción llegó con bastante retraso no me quedó más remedio que, con un dinero que mi abuela me había dado, comprarme al marido de la Barbie, no tenía manos articuladas y era bastante soso pero me servía para jugar de misiones con una figura de el indio Jerónimo y su caballo que me tía de Estados Unidos me había enviado. A falta de referentes y de cultura general en el barrio se corrió la voz que yo jugaba con Barb...

Crecer

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Crecer me sentó fatal, me vino mal pegar el estirón a los doce años porque de la noche a la mañana tuve que amoldarme a una dimensión desconocida, a ser un niño atrapado en el cuerpo de un adolescente. A los doce años yo solo quería pasar las tardes de verano correteando libre por el barrio, jugando a policías y ladrones, al escondido, al frío-caliente o pasar la tarde con mis aviones o con las naves de Star Wars que de un amigo mío y con el Landspeeder que yo me había comprado a pagos junto con una figurita de Luke Skywalker. De sopetón todo eso se terminó porque, entre otras cosas, mis amiguitos de barrio por esa época tenían ocho y diez años y mi “estirón” nos había separado abruptamente. Los primeros en hacérmelo notar fueron los obreros de construcción que abundaban en aquella época en la el barrio que vivía un verdadero boom de la construcción. Yo pasaba raudo y feliz corriendo con mis amigos y de pronto escuchaba chiflidos, insultos y comentarios absurdos de albañiles y carpinte...

Dulce Caos

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En casa reinaba el cariño pero también el orden y la disciplina, los horarios se cumplían a raja tabla: se levantaba a las 7am, o antes - los fines de semana un poco más tarde- se almorzaba al mediodía en punto, justo cuando ponían El Ave María en Radio Reloj, la siesta de una a dos, el café merienda a las tres, la cena a las siete…a las nueve teníamos que estar con las oraciones hechas y en cama, leyendo o contando ovejas. No había mucho margen para la improvisación salvo en los feriados cuando ese protocolo familiar se relajaba un poco. La antípodas era la casa de mi abuela en la que regía un dulce caos, la única solución en un hogar en el que, en ese entonces, vivían cuatro hijos varones veinteañeros solteros que se pasaban el tiempo entrando y saliendo a deshoras, nunca se sabía a ciencia cierta cuando iban aparecer así que la hora de las comidas dependía básicamente del hambre que tuviera ella o los nietos que la estuvieran visitando. Cualquier día de entresemana a las diez de la ...