Barbie y Ken

Ser el único chico del barrio que tenía un Ken me trajo una inusitada fama  entre las niñas que no paraban de invitarme a jugar con ellas,  y el escarnio de los energúmenos  mini machos alfas del barrio para los para divertirse solo existían la mejenga (fútbol), bicicleta o pasear por el barrio haciendo gamberradas fuera de eso cualquier pasatiempo que uno tuviera, como leer y jugar con el Lego, se consideraba sospechoso, poco de hombres.

La verdad yo lo que quería era una figura de acción como el Madelman o Big Jim pero como en Costa Rica la moda de figuras de acción llegó con bastante retraso no me quedó más remedio que, con un dinero que mi abuela me había dado, comprarme al marido de la Barbie, no tenía manos articuladas y era bastante soso pero me servía para jugar de misiones con una figura de el indio Jerónimo y su caballo que me tía de Estados Unidos me había enviado.

A falta de referentes y de cultura general en el barrio se corrió la voz que yo jugaba con Barbies. Lo que nadie sabía era que nuestros juegos eran auténticos culebrones en los que Ken tenía amantes, hijos con todas y Barbie no era tampoco una santa paloma, por supuesto cuando la célebre pareja jugaba al médico o se besaban nosotros teníamos que hacer lo mismo,  eso nunca lo imaginaron los chicos del barrio que en más de una ocasión aparte de hacer burla llegaron a tirarme piedras. 

Así mientras la pandilla de muchos chicos pasaba el verano en pleitos callejeros, llenos de golpes y a años luz de ser besados por cualquier niña, yo pasaba el tiempo fresquito, a la sombra dejándome querer por las chicas –todas querían ser novias mías- y consentir por las madres con meriendas especiales... como todo un mini playboy, un latin lover en potencia.  

 

 

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