Dulce Caos

En casa reinaba el cariño pero también el orden y la disciplina, los horarios se cumplían a raja tabla: se levantaba a las 7am, o antes - los fines de semana un poco más tarde- se almorzaba al mediodía en punto, justo cuando ponían El Ave María en Radio Reloj, la siesta de una a dos, el café merienda a las tres, la cena a las siete…a las nueve teníamos que estar con las oraciones hechas y en cama, leyendo o contando ovejas. No había mucho margen para la improvisación salvo en los feriados cuando ese protocolo familiar se relajaba un poco.

La antípodas era la casa de mi abuela en la que regía un dulce caos, la única solución en un hogar en el que, en ese entonces, vivían cuatro hijos varones veinteañeros solteros que se pasaban el tiempo entrando y saliendo a deshoras, nunca se sabía a ciencia cierta cuando iban aparecer así que la hora de las comidas dependía básicamente del hambre que tuviera ella o los nietos que la estuvieran visitando. Cualquier día de entresemana a las diez de la noche mi abuela con toda la tranquilidad del mundo se ponía a lavar ropa o acomodar la casa,  las once de la noche podían llegar mis tías abuelas con un bollo de pan recién hecho a tomar café y a repasar las anécdotas familiares…a las doce hacía su entrada triunfal alguno de mis tíos tras una noche de fiesta y con tacos para todo el mundo para contentar a mi abuela.

Como si aquello no fuera el paraíso, te tocaba dormir al lado de ella. Para alguien tan miedoso como yo, que odiaba dormir solo, aquello era el paraíso porque mi abuela era el único ser en el espacio sideral capaz de ahuyentar a los marcianos cabezones que tanto me “martirizaban” por la noche o a la niña de El Exorcista que casi siempre me “visitaba” justo cuando estaba a punto de conciliar el sueño. Si de algo estaba seguro era que ningún alienígena o ser del averno se atrevería a molestarme al lado de ella. Entonces en ese momento, tras apagar las luces, mi abuela en lugar de contar cuentos de hadas se ponía hablar de historias de la familia, de la vida de antaño, de cuando ella era una niña o de cómo mis tíos vinieron en el mundo…lentamente ibas cerrando los ojos sientiéndote el chiquillo más afortunado y feliz por tener a mi abuela al lado y ser parte de ese dulce caos.  


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