Cenicientas

A partir de los cincuenta años todos deberíamos tener presente que todos somos Cenicienta a las 11:45pm y que la fiesta terminará a las doce en punto. Estamos en los últimos quince minutos del baile y nos toca decidir qué hacemos: si bailamos sin parar el rato que nos queda, si bebemos a borbotones el champán y besamos a quien queramos o si nos quedamos en un rincón quejándonos de lo mal que la orquesta toca, de lo insípida que estaba la comida y del mal rollo que tienen algunos en el salón. 

Tik tak tik tak…el reloj suena y nos avisa que dentro de nada las luces se van a apagar y reinará el silencio eterno.

A los veinte estamos recién llegados al baile, tenemos tiempo de sobra para quejarnos, para no saborear la comida, para no dejarse llevar por la música porque apenas son las cinco de la tarde, el salón está casi vacío y podemos darnos el lujo de esperar. Tenemos tiempo de sobra para no hacer caso de las miradas furtivas, para negar el beso, para no probar los manjares que nos ofrecen, para desperdiciar el vino…total que quedan horas de baile por delante habrá tiempo de sobra para hacer todo lo que queramos.

A los cincuenta, cincuenta y cinco o sesenta, tiempo es lo que nos falta, es algo que se nos escapa como arena entre las manos. Las oportunidades se van reduciendo y las “últimas veces” se van multiplicando porque el tiempo corre de prisa y habrá gente que no volvamos a ver nunca más en la vida, abrazos que nunca daremos, caricias que nunca sentiremos, vinos que nunca probaremos…éste vals que está tocando la orquesta probablemente sea nuestro último vals . 

Quince minutos nos quedan…

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