La fuerza del perdón
Ese día a Tutti, uno de los mejores amigos míos de la infancia, se le ocurrió asustarme acercándome un mechero a los ojos con tan mala suerte que lo hizo de lado del ojo derecho, que es lado del que no veo con lo cual nunca lo vi acercarse y solo cuando giré la cabeza descubrí que tenía la llama casi encima del ojo. Recuerdo que salí despavorido a casa, llorando sin parar y pensando nunca más volvería a hablarle a aquel chico. Una hora después estaba tocando a mi puerta para pedirme perdón y decirme que no había sido su intensión burlarse de mi, solo divertirse un poco, que se sentía muy apenado y que jamás lo volvería a hacer. Sobra decir que cinco minutos después estábamos jugando felices en la acera de casa como si nada hubiese pasado y negociando, como siempre lo hacíamos, que juguetes íbamos a intercambiar. Todo un chollo porque él tenía muchos juguetes que a mi me volvían loco, como un marciano verde en su nave espacial que acabó en mis manos como "ofrenda" de paz. Fue