Duelos

Los duelos son la cosa más personal del universo. Aunque todas las religiones tienen un protocolo muy definido para ayudar a sobrellevar los primeros días con más o menos éxito. Lo cierto es que cada uno de nosotros estamos completamente solos frente a esas pérdidas irreparables: la gente puede animarnos, darnos buenos consejos pero a la hora de la verdad cada uno decide cómo quiere vivir esa etapa que por lo demás no tiene un período definido, hay quien dice que dos años, otros cinco y muchos que afirman que esa sensación de pérdida nos va a acompañar el resto de nuestras vidas.

Hay quien por duelo se acerca a la religión y eso eso muy bien.
Hay quien decide cambiar abruptamente de vida y eso está muy bien.
Hay quien se refugia en el ejercicio y eso está muy bien.
Hay quien decide llevar una intensa vida social y eso está muy bien.
Hay quien prefiere aislarse del mundo y eso está muy bien.

Cualquier cosa que se haga, si uno es consciente de por qué lo está haciendo, está muy bien porque se trata de sobrevivir en esta balacera que es la vida como dice por ahí Fito Páez. 

A mi regreso a España cinco meses tras la muerte de mis padres hubo un amigo, que también estaba pasando un período de duelo, que con las mejores intenciones del mundo –no lo dudo ni un segundo- me riñó con vehemencia  porque seguía saliendo a tomarme mis vinos con toda la normalidad del mundo. En su momento me molestó mucho porque me pareció -y me sigue pareciendo- un atropello a mi intimidad, fue inútil explicarle que cuando estaba solo lloraba a menudo y que era mi manera de seguir con la vida, que tenía necesidad de seguir apostando por las cosas que antes me hacían feliz,  de aferrarme a la cotindeinidad porque con la muerte de mis viejos me había asomado demasiado a mi propia muerte -y eso asusta y mucho- que no quería pensar que era el próximo, que necesitaba –y necesito- ser abrazado por la vida. 

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