Un lujo de vida

 

A mi viejo todo le parecía maravilloso. Desde tomarse una cerveza hasta montarse en su carrito blanco para hacer unos recados era un prodigio. Con lo mínimo se ponía contento y con hechos pequeños, simples, se creaba grandes expectivas. Si compraba lotería te pasaba diciendo, “¿Se imagina si me pego el mayor? Le compro una apartamento en Madrid para que se deje de preocupaciones?”, si tenía de por medio una entrevista de trabajo, “¿Se imagina que le salga ese trabajo y lo nombren de Director?”,  “¿Se imagina que me suban el salario y pueda estrenar carrito en diciembre?” Perpetuamente esperando lo mejor, ese golpe de suerte que cambiaría, para bien, nuestras vidas y siempre agradecido, imposible quedarle mal, para desilucionar a mi viejo mucho tenías que trabajarlo. Papá, solo me alcanzó para estos jabones y ese jersey como regalo, “Qué esa maravilla de fragancia y qué bonito ese suéter, no tenía uno de ese color”, Viejo, estoy de bajón porque trabajando en una constructora grabando presupuestos para el AVE, nada de periodismo, “¿Estás trabajando para una empresa que desarrolla el tren de Alta Velocidad?¡Ay que orgullo más grande, se lo voy a contar a todo el mundo!” 

En uno de sus viajes a Madrid vino solo con 300 dólares para tres semanas (poco dinero pero lo estiramos hasta más no poder). Una de esas noches en la que nos nos alcanzaba para nada, lo llevé a cenar a un chino barato de menú de toda la vida que en los noventa solían tener camareros uniformados, manteles y servilletas de tela. Mi viejo no salía del asombro por estar en un sitio tan "fino": “¡Qué es esta elegancia! ¡Qué lujo! ¡Hasta nos pusieron una botella de vino entera! ¿Nos van a invitar a un chupito? ¿Pero que es esto?”. Para mi viejo aquella cena en un sitio cotidiano al que yo iba a menudo sin percartarme de los detalles, fue todo un acontecimiento que lo hizo tremendamente feliz…

Cuando pienso en todo eso siempre llego a la conclusión que debería empezar a ver la vida con los ojos de mi viejo, quizá estaría menos agobiado y disfrutaría más de los momentos cotidianos, me sabría a gloria tomarme una cerveza después de un día de trabajo, me haría toda ilusión del mundo encontrarme a un excompañero de trabajo, sería más sabio y estaría absolutamente convencido que cuando menos lo piense, algo muy bueno, pero muy bueno, me pasaría.

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