Derrotando a Scrooge
Una de mis grandes luchas es no convertirme en un viejo amargado. Conforme voy acumulando años de vez en cuando enfrento situaciones en las que sería relativamente normal crisparse –da la impresión que la vida te está constantemente poniendo a prueba- pero en las que siempre me pongo freno, intento desactivar rápidamente el malestar porque si de algo estoy seguro es que no hay nada peor en el mundo que ser un señor regañón y criticón, a los jóvenes los berrinches y el estar de mal humor hasta puede quedarles bien pero a partir de cierta queda fatal porque no hay quien aguante a un viejo amargado. El verano pasado en Israel estaba en el gimnasio cuando de pronto, esperando por la máquina, había un chaval de unos once años. Mi primera reacción fue buscar al adulto que estaba con él y que seguramente querría la máquina pero no, estaba solo y quería usar mi misma máquina. De pronto el señor amargado de casi 60 años que hay en mí estaba molesto porque tenía que darle la máquina a un chiqui