La culpa no era mía

Durante décadas me he sentido culpable por haber echado a perder la foto de sexto grado, se suponía que iba a ser un recuerdo entrañable para la posteridad pero este servidor, seguro por no entender las indicaciones del fotógrafo Nicky,  en el momento del disparo bajó la cabezota como si algo se me hubiese caído y así quedé retratado. Villalta y Perera, que no había quien los aguantara, montaron en cólera porque la foto había quedado horrible por mi culpa y la verdad tenían razón, quedó fatal. 

Bastante mal me sentí ese día pero conforme pasan los años siempre que miro la foto me río porque a simple vista quedé como el tarado oficial de la clase, me imagino a hijos y nietos preguntando con lástima por ese chiquito de gafas que parece que está en otro mundo y me divierte imaginar las respuestas más inimaginables. 

Sin embargo la culpa nunca la tuve yo sino la maestra, a la que de fijo el fotógrafo le pasó decenas de pruebas y lo de siempre, escogió en la que ella salía menos arrugada -que bastante mayorcita estaba en ese entonces - sin tomar en cuenta que el gafotas no entendió bien cuando el fotógrafo le dijo que bajara un poco la cabeza para no parecer tan grandote y aunque dicen que todos los muertos son buenísimos y que no hay que molestarlos desde este rincón del planeta Tierra interrumpo su descanso eterno para presentarle mi más enérgico reclamo: “Queridísima Niña Miriam, la culpa la tuvo usted y no yo”.


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