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Las caderas de Tom Jones

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Cuando Tom Jones salía por la tele el mundo de mi vieja se detenía. Daba igual que tuviera las patatas al fuego o que estuviera en mitad de una conversación importantísima, si por la pantalla aparecía el Tigre de Gales con su vozarrón, moviendo sus caderas con sensualidad, cualquier cosa podía esperar. "¡Qué hombre! ¡Qué voz! ¡Qué forma de bailar!" mi madre suspiraba y daba pasitos de baile mientras escuchaba canciones como  "It's Not Unusual" "She is a Lady" "Delilah" o se emocionaba profundamente con " My yiddishe mama". Frank Sinatra era muy aburrido, Elvis Prestley demasiado joven, Demis Roussos cantaba bien pero no se meneaba como su ídolo que en cada presentación cosechaba desmayos, aplausos y los eternos elogios de mi vieja que siempre estaba a punto de declararlo "Patrimonio de la Humanidad" y de hacerlo un monumento. Imposible no pensar en ella cada vez que escucho algunas de sus canciones, imaginármela sonriendo

El empleado del año

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Hace muchos años una empresa de trabajo temporal con la que llevaba años colaborando me escogió como uno de los empleados del año. Éramos un grupo de 30 empleados que habíamos recibido calificaciones muy altas por parte de las empresas clientes. Como de costumbre, cuando recibí la notificación me lo tomé a guasa, siempre me había reído de las fotografías de los "Empleados del Mes" en las Mc Donalds y me parecía surrealismo puro y duro que me rindieran "homenaje" por grabar datos en una constructora, un trabajo y un lugar muy lejos de lo que había aspirado en mi vida. De ninguna forma pensaba asistir a una actividad tan hortera y de mal gusto pero no pude resistir la tentación cuando recibí la invitación y leí en letras mayúsculas: "POSTERIORMENTE A LA CEREMONIA SE SERVIRÁ UN CÓCTEL", un reclamo que a lo largo de mi vida me ha hecho -y me hace- resistir y aguantar estoicamente cualquier discurso o ceremonia, si hay vino y tapas de por medio, soporto lo que

El bolso mágico

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  Tras morir mi madre y abrir su armario lo primero que encontré fue su bolso. Mi primer sentimiento (ilógico) fue de congoja: mi vieja se había olvidado su bolso!!¿Cómo se las iba apañar sin él? No podía imaginarla sin aquel compañero inseparable. Daba igual que fuera a visitar a una vecina del barrio o a una cita médica, nunca estaba completamente lista si no tenía colgado su bolso, ese artilugio mágico del que podía salir cualquier cosa y que durante mi infancia había sido el único sitio seguro en el que podía guardar mis tesoros: desde una fruta a medio a comer, y que quería saborearla más tarde, hasta una postalita de algún álbum que estaba haciendo, si se los daba a mi vieja para guardarlos por que estábamos en la calle podía estar tranquilo, nunca se me perderían y a la hora de dormir me los encontraría sobre mi mesa de noche.  Con el paso del tiempo de ese bolso mágico siguieron saliendo las cosas más variadas desde una pastillita para el dolor de cabeza hasta un caramelo de me

Reina a la fuerza

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Contaba mi madre que a regañadientes y por insistencia de su tío Eladio, que era líder comunitario y dueño de la pulpería más famosa del barrio, aceptó ser candidata al reinado de belleza de su pueblo. No estaba muy contenta que digamos pero la verdad que era muy sencillo: solo tenía que vender boletas de participación entre sus conocidos, ir a un par de actividades protocolarias y asistir gratis al baile inaugural de los Festejos Populares, ni tan mal. Lo que no contaba mi vieja es que entre mi padre y la prole de tíos y primos que tenía iban a vender todas las papeletas en un santiamén y se iba a convertir en Haydée I, flamante Reina de las Fiestas de Zapote, título con el que apareció en toda la publicidad del baile de coronación con "orquesta y cena" que, con foto suya incluida, se empapeló todo el pueblo.  Como toda reina  para su coronación necesitaba un vestido digno, así que a toda prisa la costurera del vecindario le hizo un vaporoso vestido que para sorpresa de todo

Como un bolero

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Mi madre nunca me cantó canciones de cuna. No sé si era porque no le gustaba o no se las sabía pero a cambio, me cantaba boleros. Así que mientras otros niños escuchaban canciones de angelitos, de nubes rosas, pegasos volando en un cielo siempre azul mi madre me cantaba historias de grandes amores, de gente que se quería mucho, que tenían un corazón de melón y que daban besos que sabían a gloria, que tenían un amor puro que había nacido desde lo más profundo del alma, de amores imposibles que ni la misma muerte era capaz de destruir, de enamorados que prometían convertirse en ángeles guardianes de su amada en caso de irse de este mundo. Desconozco si fue una estrategia deliverada de mi vieja para que fuera un poco más despierto y sensibles que otros "guilillas" en temas del amor pero lo que si ha logrado es que ahora que el destino decidió separarnos todos los boleros del mundo me la recuerdan, soy incapaz de escuchar una canción sin evocar su mirada, su risa y la suavidad de

Para que nadie sufra...

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Abajo, una entrevista en la que cuento lo que pasamos con mi madre.  Algunas aclaraciones:   -En ningún momento estoy criticando el trabajo de médicos y enfermeras. Sé que mi madre estuvo bien atendida y conociendo como tratan al adulto mayor en este país en los hospitales, posiblemente me la chinearon bastante.       -Mi tesis es muy simple: en un época en donde hasta los Consejos de Ministros son vía Zoom y los médicos pasan consulta por Whastapp no se justifica impedir en forma absoluta la comunicación con el paciente (sino directa, al menos con intermediarios). Los psicólogos pueden explicar mejor la importancia que tiene para un paciente el apoyo familiar en procesos de enfermedad sobre todo en fase terminal y cómo puede aliviar el estrés del núcleo familiar el tener noticias claras y frecuentes sobre el estado del paciente.  -Los protocolos son los protocolos. Sí, pero quienes los hacen son humanos y se están aplicando a seres humanos en situación de extrema vulnerabilidad. Mi

¡Bingo!

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Mi madre no podía creérselo: por primera vez en su vida había ganado un bingo y a cartón lleno. En cuanto puso la última ficha soltó un "Bingoooooooo" desde el fondo de la gradería del gimnasio mi Instituto, donde se realizaba la actividad benéfica. Como decía que en su vida tener cualquier cosa le había costado mucho esfuerzo ese día se vino arriba, así que entre gestos triunfales -solía levantar los brazos y contonearse-  y los aplausos del público, gloriosamente se abrió camino por entre la multitud, no podía creer la suerte que había tenido. El premio, anunciaba el presentador, era una sorpresa gentileza de uno de los patrocinadores. Mi vieja recorrió todo el camino pensando en que a lo mejor era unas merecidas vacaciones con todo pago en San Andrés, que por entonces estaba de moda como destino vacacional de la clase media,  o a lo mejor una enorme canasta de víveres de esas que adornaban la entrada y que estaba llena de cositas que le gustaban a la familia o un vale para