El bolso mágico

 

Tras morir mi madre y abrir su armario lo primero que encontré fue su bolso. Mi primer sentimiento (ilógico) fue de congoja: mi vieja se había olvidado su bolso!!¿Cómo se las iba apañar sin él? No podía imaginarla sin aquel compañero inseparable. Daba igual que fuera a visitar a una vecina del barrio o a una cita médica, nunca estaba completamente lista si no tenía colgado su bolso, ese artilugio mágico del que podía salir cualquier cosa y que durante mi infancia había sido el único sitio seguro en el que podía guardar mis tesoros: desde una fruta a medio a comer, y que quería saborearla más tarde, hasta una postalita de algún álbum que estaba haciendo, si se los daba a mi vieja para guardarlos por que estábamos en la calle podía estar tranquilo, nunca se me perderían y a la hora de dormir me los encontraría sobre mi mesa de noche. 

Con el paso del tiempo de ese bolso mágico siguieron saliendo las cosas más variadas desde una pastillita para el dolor de cabeza hasta un caramelo de menta, pasando por un librito de oración por si la pillaba de noche, un ungüento por si la cabeza dolía, crema para las manos, por supuesto una pinturita de labios y polvos para la nariz porque había que estar guapa, por descontado un perfumito para oler bien, un pañuelito para ponerse al cuello por si pegaba el chiflón, un monedero inagotable del que siempre salían moneditas para limosna y una billetera que nos sacaba de apuros milagrosamente ("espérate, que tengo por aquí doblado un billete de 20 mil, con eso nos alcanza de sobra"). En 54 años nunca me atreví abrirlo sin su presencia, ni siquiera de niño, era un misterio insondable, lleno de secretos que solo y le siguen perteneciendo a mi vieja. El bolso sigue ahí, en el lugar de siempre, como vivo recuerdo de miles de momentos felices, como testigo silencioso de la idas y venidas de mi vieja, de esos días de luz en los que todo era posible porque estábamos con ella. 

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