Reina a la fuerza
Como toda reina para su coronación necesitaba un vestido digno, así que a toda prisa la costurera del vecindario le hizo un vaporoso vestido que para sorpresa de todos quedó mejor de lo previsto, digno de cualquier revista de moda, tanto que meses más adelante, con algunas modificaciones, se convirtió en el traje de boda de novia de mi vieja...y en el de muchas chicas del pueblo porque aquel vestido anduvo de mano en mano, por aquella época todos eran pobres de solemnidad y pocas familias podían darse el lujo de gastar un platal en un vestido que solo se iba a usar una vez en la vida.
Tras dar un paseíllo en descapotable por todo el pueblo, saludando y tirando besos a todos los vecinos que se habían congregado por las calles para aplaudirle, mi madre hizo su entrada triunfal en la Sala de Fiestas Montecarlo al ritmo de la misma marcha de coronación que se usó para la de su homóloga Isabel de Inglaterra. Por supuesto tuvo que leer un discurso de agradecimiento, que le escribió su tío, y en que se reconocía la generosidad de los patrocinadores y la abnegación de todos los habitantes de Zapote que habían convertido sus fiestas en las mejores de la capital.
Decía mi madre que ese día acabó con los pies molidos porque no paró de bailar chachás, boleros, swing y cumbias con los invitados, como era reina quedaba muy feo rechazar cualquier invitación de un súbdito a mover el esqueleto. Esa noche le costó conciliar el sueño pensando en qué iba a hacer con 30 kilos de paquetes de Café Rey, el "Café de Costa Rica", que era el premio principal, y un montón de chucherías que no servían de nada y en por qué ningún patrocinador había acatado dar "unas pinturitas, un jaboncito, un talco, una loción...nadie había pensado en mi".
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