Cartas de amor
Ahí las tengo en una caja metálica. A decir verdad algunas no son cartas precisamente sino facturas, post-it, pedazos de informes, de partes médicos o propaganda de bancos en las que alguien un día decidió dejarme algún breve mensaje que de cierta forma cambió mi vida. A simple vista son cotidianos, no contienen ninguna gran declaración pero reflejan la ternura de un tiempo lejano, el eco de vidas pasadas en el que cuesta reconocernos cuando por cosas de la vida nos hemos vuelto extranjeros de nosotros mismos. ¿Alguien sintió todo eso por nosotros? ¿Fuimos tan importantes en la vida de esas personas? ¿Alguien tuvo la paciencia de escribir al reverso de una lista de compras que ese día nos iba a cocinar nuestro plato preferido solo para vernos sonreír? He querido quemarlas, olvidarme de ellas por completo pero algo siempre me lo impide: pienso en cuan triste que habría sido mi vida sin ellas y que hay gente que deja este mundo si haber recibido nunca cartas de amor. Así que siguen ahí, acechándome en un rincón, recordándome quien fui y quizá como promesa de que el día menos pensado vuelvo a sentir cosquillas en el alma.
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