Hermann y Mario
Durante toda la II Guerra mundial mi abuelo pasó a la espera de recibir noticias de su amigo, le escribía con frecuencia y nunca recibía respuesta. Cuando escuchaba las noticias de la BBC siempre sentía un nudo en la garganta, la guerra recrudecía y las víctimas aumentaban en ambos bandos. Mi abuelo solo pensaba en si Hermann estaría vivo o si había sucumbido al terror del nazismo. Se alegraba de los avances de los aliados pero cuando los británicos comenzaron el bombardeo de Hamburgo pasó sin dormir varias noches.
Tras finalizar la guerra mi abuelo en solitario decidió averiguar la suerte de su amigo así escribió a los embajadas de todos los países aliados y hasta contactó con algunos bases militares en Alemania sin tener ninguna noticia, había desaparecido de la faz de la tierra, la vida era irónica: un chico tan pacífico como su amigo, que odiaba la violencia había muerto en una guerra.
Todo cambió en septiembre de 1946 cuando mi abuelo recibió una carta de Alemania, el remitente: su amigo Hermann. Mario lloró de alegría y siempre recordaría ese día como uno de los más felices de su vida. A partir de ahí nunca dejaron de escribirse. Cuarenta años después se volverían a encontrar en Alemania y aunque les costaba reconocerse entre tanta cana y arruga ambos se fundieron en un gran abrazo, habían cumplido su promesa: seguían siendo amigos.
Hace mucho que Hermann y Mario ya no están pero sus cartas siguen ahí, como testigo de la historia de dos países, de dos familias y sobre todo de dos grandes amigos a los que la guerra trató de separar pero que nunca lo logró.
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