Entradas

Papá esta aquí

Imagen
Nadie me advirtió que tras la angioplastia iba a tener unos dolores terribles en las ingles, por dónde te habían introducido el catéter. Dolor seco, punzante, que como aguijón de escorpión clavado podría hacerte llorar del dolor horas de horas. Fue a los tres días de la intervención que comencé a sentir esa molestia tan terrible que te hacía olvidar de sopetón que habías tenido un infarto y que habías estado a punto de irte al otro barrio como bien certificaban cardiólogos y especialistas que te miraban sorprendidos de que aún estuvieras con vida, que tuvieras suficientes energías para quejarte de aquel dolor insoportable. Venía de repente, en mitad de la madrugada, cuando estabas profundamente dormido. Sentías ese pinchazo imposible de calmar con cualquier analgésico pero no con la presencia de mi viejo que durante todo ese período se mantuvo vigilante cada noche. A la primera queja, fuera la hora que fuera, corría raudo a mi habitación, a preguntarme cómo estaba, a ver si podía hacer

Divinaaaa

Imagen
Nadie, absolutamente nadie ha tenido más glamur en la familia que la Tía Ely. No tenía dónde caerse muerta, eternamente con la cartera vacía y siempre esperando a su príncipe azul…toda la suerte que le faltó en el amor la tuvo en estilo y elegancia.  Con su melena larga impecable, sus mechas californianas, sus gafas de sol a lo Jackie O, su porte y hablado “insoportable” de señora de la “high class” daba la impresión de ser una naúfraga de otros tiempos mejores en los que los chicos de sociedad se peleaban por una chica como ella. Uno pasa revista por las fotos de la familia y siempre está ella haciendo desde niña alguna pose exagerada, como si tratara de decirle al mundo que no era como las demás, que era especial y que merecía un porvenir en el que el eco de los descorches de botellas de champán fueran la banda sonora. “¡Qué divinooooo! ¡Me muerooooo!” decía con frecuencia mientras uno repasaba con ella algunos de los modelos que lucían las finolis del Hola. Como era buena costurera

El último regalo

Imagen
  ¿Quién es un hombre adulto? Aquel que ha perdido a sus padres. La frase la leí hace algunos años y aunque puede prestarse a muchos análisis esconde una gran verdad porque los padres son el último nexo que tenemos con la infancia. Los hermanos y otros familiares también pueden serlo pero ellos no han dedicado tiempo en verte crecer, en guardar cada pequeño detalle de tus primeros años de vida. Los padres son nuestro archivo personal, registran anécdotas tuyas y a menudo te sorprenden con algún comentario sobre algo que hiciste con cinco años. Por eso dicen que uno de los duelos que se hace con la pérdida de los padres es el de la infancia. Se fueron ellos, oficialmente se terminó tu infancia.   Mi viejo pocos meses antes de morir, cuando eran más frecuentes sus “despistes” apareció un día con un avión de juguete para mí. ¿Qué necesidad tendría él de gastarse parte de su pensión en comprarme un regalo? En su momento me dio risa y luego mucha ternura cuando descubrí que no era un regalo

De alguna forma

Imagen
Daba igual no llegar a fin de mes o estar en una situación límite en la que uno sentía que ya no podía más, mi vieja escuchaba impávida el “drama”, lo meditaba y te decía que no importaba porque de alguna forma siempre se salía adelante. Más que una frase hecha, creo que para ella era su filosofía de vida y su forma de echar para adelante en los días más difíciles. A menudo se la escuché diciéndoselo a mi viejo cuando había que enfrentar un gasto extra que significaba una mini hecatombe en las frágiles finanzas familiares, y a nosotros sus hijos cuando nos agobiábamos por el trabajo o por cualquier situación familiar, para ella la vida siempre se salía con la suya y uno sin darse cuenta seguía como si nada.  De alguna forma se las arregla uno para seguir viviendo tras la derrota, tras una crisis económica, tras el desamor…hay que apostar por la vida. Decía ella que había pasado por muchas cosas en su vida, por momentos en los que quería tirar la toalla porque nada parecía tener solució

Castigado

Imagen
  Conocí a Mariana cuando ella tenía unos seis años.  Estábamos haciendo visita en casa de un amigo y en un momento determinado pusieron una canción de Robbie Williams y nos pusimos a bailar en el patio. Ella me miró de arriba a abajo con sus ojillos inquisidores y me puso la cruz, seguramente pensó que era lamentable que un adulto de pronto se estuviera comportando como un adolescente, improvisando pasos de baile y haciéndole bromas. Desde ese día no hubo forma de reivindicarme. Mariana era la hija menor de un amigo mío y padecía autismo, siempre tuvo una salud frágil pero ganas de sobra de ponerme en mi sitio. Daba igual que fuese buena gente con ella, que le halagara su melena negra y que fuera formalito, si alguien le preguntaba cómo me estaba portando su respuesta siempre era la misma: “Mal. Está castigado”. Por supuesto que en mi presencia nunca me decía nada, dejaba dócilmente que yo la ayudara a terminar de colorear sus dibujos y que la guiara cuando pegaba calcomanías en un li

El Matamoscas

Imagen
Dicen que los objetos tienen vidas insospechadas, muchas veces lejos del fin por el que fueron creados, por ejemplo el matamoscas de la casa de mis padres. A simple vista es un triste matamoscas que no costó más de dos dólares, una cosa de plástico inerte que solo sirve para espantar y matar bichos pero durante una época fue para mí una especie de varita mágica para hacer reír a mis padres. Como en sus últimos meses de vida mi viejo le hizo las noches imposibles a mi madre, por las mañanas después de desayunar en la cocina yo me ponía detrás de mi padre a imitarlo mientras él lentamente caminaba para el dormitorio: me ponía detrás de él cojeando, agitando el matamoscas, golpeándolo contra la mesa y diciéndole a mi vieja “A éste señor lo que hace falta es mano dura para que la deje dormir, hágame caso…déle chilillo”, ella soltaba la risa, mi padre volvía a ver para atrás, se reía con ganas, hacía un gesto con la mano -el típico de mandar a freír churros a alguien- y seguía su camino. Po

Aguinaldo

Imagen
  El día que le daban el aguinaldo a mi madre era fiesta “nacional” porque por una vez al año el dinero “no importaba”, y por unos días nos dábamos vida de ricachones.  De la noche a la mañana en casa reinaba la abundancia, por ejemplo, las uvas y manzanas de plástico del centro de mesa se sustituían por unas verdaderas, de esas que se podían comer era lo más de lo más (por supuesto había que rendirlas). Llegábamos del súper cargados de chocolates gringos, quesos holandeses, galletas danesas, si algo nos gustaba simplemente se echaba en el carrito de la compra sin mirar precio y sin que mi vieja sacara la calculadora, que siempre llevaba, para saber si le alcanzaba o no. Para mí la llegada del aguinaldo no significa otra cosa más que POR FIN podía estrenar. ¡Qué alegría me entraba en el cuerpo cuando mi madre me pedía que le “guardara” un día para irnos de compra! Ese día salíamos después de comer, nos íbamos en autobús y nos regresábamos como millonarios en taxi, cargados de paquetes,