Castigado

 

Conocí a Mariana cuando ella tenía unos seis años. 

Estábamos haciendo visita en casa de un amigo y en un momento determinado pusieron una canción de Robbie Williams y nos pusimos a bailar en el patio. Ella me miró de arriba a abajo con sus ojillos inquisidores y me puso la cruz, seguramente pensó que era lamentable que un adulto de pronto se estuviera comportando como un adolescente, improvisando pasos de baile y haciéndole bromas.
Desde ese día no hubo forma de reivindicarme.

Mariana era la hija menor de un amigo mío y padecía autismo, siempre tuvo una salud frágil pero ganas de sobra de ponerme en mi sitio. Daba igual que fuese buena gente con ella, que le halagara su melena negra y que fuera formalito, si alguien le preguntaba cómo me estaba portando su respuesta siempre era la misma: “Mal. Está castigado”.

Por supuesto que en mi presencia nunca me decía nada, dejaba dócilmente que yo la ayudara a terminar de colorear sus dibujos y que la guiara cuando pegaba calcomanías en un libro pero bastaba con que me diera la vuelta para que empezara a pelear conmigo y a insultarme. 

Me contaba su padre que a menudo el tema de conversación era yo y lo mal que me portaba.

“-¿Y que hacemos con Pepo? ¿Le pegamos?”

Y la traidora movía su cabeza en gesto afirmativo con todo el entusiasmo del mundo (habráse visto!!!).

Hace pocos meses, a sus 26 años, mi amada enemiga nos dejó para transformarse en el ser de luz que siempre supimos que era desde niña. Nunca sabré exactamente que signifiqué en su silenciosa vida pero si que su breve paso por este mundo nos hizo a todos mejores personas… y que se fue de esta vida dejándome castigado como ella quería.

En memoria de Mariana González


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