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Cría fama...

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La vez que le dije a mi abuela que había venido al mundo para sufrir pasó riéndose por lo menos hora y mientras las lágrimas se le saltaban me decía “¿Cómo que usted sufre? ¡Que ocurrencias!”. ¡Cachondeo absoluto frente a la confesión del nieto!, algo normal en mi familia donde todos están convencidos de que tengo vocación de bufón y entre tíos, primos segundos, terceros y cuartos existe la leyenda negra de que me paso la vida en una pura carcajada. La culpa de todo la tiene el niño que fui, que desde que aprendió a caminar se acostumbró a hacer el payaso por divertir a los adultos y que a los cuatro años era una máquina imparable de contar chistes. Lo hacía con un desparpajo y una naturalidad que, según dicen, asombraba a todo el mundo sobre todo porque en mi amplio repertorio tenía desde los típicos inocentes chistes de crío hasta algunos bastantes subidos de tono que había escuchado en la calle. Estoy convencido de que durante mucho tiempo mis padres estaban horrorizados pensando

Facebookseando

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Desde que descubrí Facebook estoy que me salgo. Por fin, por fin puedo cotillear en la vida de mis amigos sin tener que hacer preguntas indiscretas y ningún esfuerzo más que un simple clik. En un pis pas tengo acceso a la vida y milagros de mis amigos, y de mis no-amigos, puedo saber si se han cansado, si son felices si tienen una vida tan prometedora como la que decían, si tienen problemas conyugales...todo de todo. Vamos la maravilla de las maravillas. Como si fuera poco puedo ver sus amistades porque eso de "dime con quien andas y te iré quien eres" es una verdad como la catedral de Burgos y así puedo deducir algunas cosas de su personalidad que no me han querido decir pero yo, que soy listo como el que más, he descubierto. En fin que es el invento que soñaron todas las marujas y marujos del mundo, sería perfecto sino fuera porque tambien mis amigos y no amigos se están enterando de todo lo que hago y deshago. Y eso la verdad mola menos.

Luz de luna

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Aunque no hay nada que me guste más que un día de sol debo confesar que la noche me encanta aunque en un tiempo y galaxia muy lejana le tenía bastante fobia. A mis cinco años me horrorizaba que llegara la noche porque eso significaba que no podía jugar y que pronto tendría que irme a dormir a mi habitación “íngrimo y solo” algo terrible porque como todo niño sabía que los marcianos, esos seres verdes y cabezones de la tele, siempre llegaban de noche. Mi pesadilla recurrente siempre era que a mitad de la madrugada un platillo volador se plantaba en mitad del patio de mi casa y aparecían esos temibles alienígenas. A los veinte años, mandé a freír churros a los marcianos de mis pesadillas y empecé a cogerle gustillo a la noche sobre todo porque descubrí que la oscuridad nos desinhibe a todos un poquito, transforma la ciudad y como esos extraterrestres, nos volvemos más gamberros y hacemos locuras que en el día nunca se nos ocurriría. A mis cuarenta y tantos de vida he llegado a la conclus

Viajes soñados

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Existen dos tipos de viajes soñados. Los que una vez hicimos y dejaron su huella en nuestra mente y otros, los que aspiramos hacer algún día y por los que también sentimos nostalgia, que como decía el poeta también se puede sentir por los lugares que nunca hemos visitado. Del primero me viene a la memoria un viaje de trabajo que hice al Sahara hace un par de años, como el desierto es inimaginable para alguien que como yo viene de la exhuberancia del trópico literalmente me quedé sin palabras cuando vi kilómetros y kilómetros de dunas al amanecer. Sencillamente no podía hablar frente a la imponencia del panorama y ante la cantidad de gente que de la nada salía a recibir a la comitiva. Niños, viejos y jóvenes emergían de la arena para recibirnos con una mezcla de curiosidad y alegría. El otro viaje soñado es que espero realizar algún día por esa África subsahariana tan grande como olvidada, quienes han estado por ahí coinciden en que ningún lugar del mundo deja una huella tan profunda e

¡Que "viva" el invierno !

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Frente a la banalidad del verano y la nostalgia del otoño, me encanta la sobriedad del frío invierno, que invita a la introspección y a pasar las tardes del sábado con una mantita viendo la tele y planeando lo bien que vamos a pasar el verano que viene, que como ya se habrá ido la crisis fijo que podremos irnos de vacaciones y volver a disfrutar de la vida. Y es que el invierno en época de crisis viene fenomenal al bolsillo, el frío es la excusa perfecta para no gastar, para posponer todos esos compromisos sociales que nos dan tanta grima y a los que si hiciera buen tiempo nos veríamos obligados a asistir pero “como hace frío” podemos evadir tranquilamente. No salir en verano es considerado un sacrilegio pero en invierno está bien visto. Como si fuera poco el frío favorece la monogamia y la castidad que con estas temperaturas, y lo cara que sale la calefacción, no es plan ponerse sensual con lo cual la concupiscencia queda relegada a la tiempos más cálidos. Sobra decir que a estas al

¿Jefa o jefe?

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Francamente me da igual. Si algo he tenido en la vida son jefes de todos los sexos, tamaños colores y nacionalidades por lo que puedo decir con la autoridad que me confiere mi larga experiencia empírica, conseguida gracias a decenas y decenas de contratos de temporales, que en este tema el sexo es lo de menos y que lo que me importa es que me traten con digna pero sobre todo que me caiga bien, en mi caso algo fundamental, porque tener que trabajar y encima que el jefe te caiga mal es el colmo de la mala suerte. Esto me ha pasado en algunas ocasiones, he tenido jefes y jefas horribles, que espero estén leyendo esta columna, que con sus chillidos me hacían recordar a la niña del Exorcista o a Chucky el muñeco diabólico y que me hicieron pasar los peores días de mi vida. Sin embargo también he tenido la mejor suerte del mundo y he trabajado para jefas y jefes maravillosos de esos que dejan una huella profunda y por los que he estado apunto de solicitar el proceso de canonización exprés po

¿Cuál es tu receta preferida?

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Ninguna. Nunca he sido de recetas, como mi hermana mayor, que las anota hasta en la guía telefónica y, lo más sorprendente, las hace y le quedan de antología. Yo me declaro incapaz de hacerlo. Ella, como cree que me alimento mal, cada cierto tiempo me recomienda alguna receta, pero ni caso. Los pocos intentos me salieron fatal y los comensales, o conejillos de indias, que tengo, son tan exigentes que cada vez que los invito tienen la cortesía de hacer ‘dinner forum’, es decir, critican salvajemente los platos, los califican y hasta hacen análisis comparativo («la última vez el arroz te quedó mejor, hoy se te pasó y además está muy soso»). Claro, la culpa la tengo yo que siempre los invito a comer "gallo pinto" (al menos así se llama en mi pueblo), que no es otra cosa que arroz blanco con alubias negras (todo muy revuelto con cebolla bien troceada y pimentón), un plato tan "de gourmet" que lo comemos diariamente en todo Centroamérica, el Caribe, Colombia y Venezuela