Luz de luna

Aunque no hay nada que me guste más que un día de sol debo confesar que la noche me encanta aunque en un tiempo y galaxia muy lejana le tenía bastante fobia. A mis cinco años me horrorizaba que llegara la noche porque eso significaba que no podía jugar y que pronto tendría que irme a dormir a mi habitación “íngrimo y solo” algo terrible porque como todo niño sabía que los marcianos, esos seres verdes y cabezones de la tele, siempre llegaban de noche. Mi pesadilla recurrente siempre era que a mitad de la madrugada un platillo volador se plantaba en mitad del patio de mi casa y aparecían esos temibles alienígenas.

A los veinte años, mandé a freír churros a los marcianos de mis pesadillas y empecé a cogerle gustillo a la noche sobre todo porque descubrí que la oscuridad nos desinhibe a todos un poquito, transforma la ciudad y como esos extraterrestres, nos volvemos más gamberros y hacemos locuras que en el día nunca se nos ocurriría. A mis cuarenta y tantos de vida he llegado a la conclusión de que si no fuera por la noche, por la luz de luna, viviríamos en un mundo muy pero que muy aburrido.

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