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La mala envidia

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Envidia de la mala. Es lo que me dan los inmigrantes en EE UU, que por lo menos cada cuatro años se convierten en objeto de toda clase de mimos de los políticos en su carrera hacia la Casa Blanca. Afroamericanos, hispanos, asiáticos, extraterrestres…, ningún político en su sano juicio escatima esfuerzos en acercarse a estas comunidades a conocer sus problemas de primera mano –eso dicen los chavalines– y a tomarse la foto de rigor con ellos, que es lo que más me mola: me imagino al típico chinito, si es que hay un típico chinito, enviándole la foto a su abuelita en un pueblo allá en la provincia de Xinjiang, por ejemplo, y la pobre viejecita enseñando la foto de su nieto con Hillary, Obama o McCain (que con ese nombre tiene un gran porvenir en un burguer). Pues aquí el chinito ese y todos los inmigrantes lo tenemos claro: simplemente no existimos para la mayoría de los políticos. Ya se lo he explicado a mi madre, que se la pasa soñando que le envío una foto con Llamazares o Zapatero, qu

Sospechoso habitual

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“Varón de edad comprendida entre 25 y 45 años, moreno, de aproximadamente 1,75 m de estatura, 80 kilos de peso… Viaja solo…”. Si usted se puede incluir en esta descripción, muchas felicidades, porque ha pasado a engrosar la lista de los sospechosos habituales de los policías de medio mundo, que al parecer han construido su retrato robot basados en una serie de rasgos tan vagos y generales que es imposible no conocer a alguien que, en el mejor de los casos, cuadre bastante con esa descripción, o que, en el colmo de la mala suerte, encaje a la perfección con el retrato del malvado estándar. Narcotraficantes, rateros, terroristas, traficantes de armas, tratantes de blancas…, al parecer todos tienen un perfil similar a cualquier ciudadano de a pie, como usted o como yo mismo, que estoy convencido de que vaya donde vaya presento una fenomenal pinta de delincuente. Eso lo descubrí hace algunos años en el aeropuerto de Houston (Texas), en la época en que Bush Jr. era gobernador. Nada más

“Terrorista” de belenes

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“Un hombre adulto, con una edad comprendida entre los 45 y 50 años, se casa con una quinceañera embarazada. Junto huyen al pueblo de él…” la historia causaría sensación en la prensa sensacionalista y en los programas del corazón -y probablemente desataría las iras de los organismos defensores de los derechos de los niños y de la mujer- pero es lo que nos viene contando la tradición cristiana desde hace dos mil años y que se representa cándidamente en los belenes sin que nadie diga ni tus ni mús: el drama de un hombre mayor (anciano en algunos casos), casado con una hermosa jovencita y padre de un lozano niño. Yo que desde mi más tierna infancia me di cuenta de las implicaciones de semejante escándalo -y para que nadie piense mal de nadie- hace que años emprendí una encrucijada personal para sustituir en todos belenes que están al alcance de mi mano al viejo de José por el buen mozo de Baltazar, el rey mago negro. Al menor descuido del anfitrión de la casa en la que esté -con la agilida

Grietas

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España se resquebraja y yo por si las moscas he puesto testigos en todas las paredes de la casa para verificar “in situ” si vamos por ese camino. Como vivo en el centro de Madrid, al lado del kilómetro cero, mi lógica me dice que de pasar esa catástrofe mil veces predecida por Rajoydamus S.A el salón de mi casa sería el primero de toda España en partirse en dos (ó en tres o en cuatro partes o en miles de pedacitos, que para gustos los pesimismos). Aunque sería un incordio porque no tendría sitio donde colocar el sofá para apoltronarme y ver Telemadrid, reconozco que me daría cierto morbo: con un poco de suerte a lo mejor me entrevistan para dar fe de cómo mi humilde piso de cuarenta metros se transformó en el epicentro de un cataclismo anunciado. Vivo sin vivir en mi, pendiente de las grietas de casa y de los profetas del desastre que una y otra vez repiten que España se hunde y que no hay otra salida más que la que ellos proponen (¡y que sea lo que Dios quiera!). Yo con el alma hech

Milonga del sálvese quien pueda

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"Necesitas mucho dinero para crear pobreza" ¡Ssssorry!Pero hoy no tengo tiempo para andar preocupándome por nimiedades, tal vez mañana, dentro de un siglo o mejor nunca. Porque mi vida siempre está muy complicada como para estar pensando en los demás, que cada quien se salve a como pueda. Insisto. No me pidan que me preocupe por los problemas de los otros porque no puedo, no tengo tiempo y a decir verdad poco me importa lo que le pase a la gente porque al fin de cuentas los problemas de los demás son de los demás, y los míos son solo míos. Mucho menos pretendan que me meta en embrollos y en causas solidarias, no acostumbro a apoyar nada que implique grandes sacrificios y no tenga posibilidades de éxito. Mi GPS es el de la oferta y la demanda. No tengo la culpa, por naturaleza soy cauto, jamás de los jamases calculador, y antes de enrollarme en cualquier situación siempre pregunto “how much” y te diré quien eres. Los caballeros se acabaron con las cruzadas y menos mal porque

El glamour en chanclas

Que don Juan Carlos haya mandado a callar a Hugo Chávez no es nada extraordinario, lo raro es que haya ocurrido hasta ahora y que durante todos estos años los jefes de estado hayan aguantado tan estoicamente los discursos del colega sin apenas inmutarse. Porque escuchar semejantes monólogos y encima parecer estar interesado en el tema tiene su mérito y debería ser causa de beatificación exprés porque tanta paciencia solo la tienen los santos y no los seres humanos de carne y hueso como bien lo demostró nuestro rey. Con su “¿por qué no te callas?” sin quererlo su majestad inauguró una nueva etapa dentro de las aburridas normas de protocolo internacional en las que siempre predominan lo políticamente correcto, un condescendiente silencio y la sonrisa discreta frente a interlocutores que si por uno fueran estarían comiendo polvorones en mitad del Sahara y no en un hotel de lujo como estrellas invitadas de cumbres, conferencias y demás actividades diplomático-festivas. A partir de ahora

La era de los cacharros

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Yo no sé por qué será pero con el repentino descubrimiento de las maravillas del mercado y esta moda de la globalización con la que llevan años dándonos la tabarra, siento que estoy adquiriendo una fenomenal pinta de cacharro low cost, algo así como un exótico producto de exportación hecho con “componentes” made in China, ensamblado en cualquier aldea del tercer mundo a módico precio, listo para ser colocado en las vitrinas de las grandes metrópolis. Yo no sé por qué será pero este libre forcejeo mundial entre la oferta y la demanda, el prodigio del siglo XXI, en lugar de alegrarme solo náuseas me provoca quizá porque a diferencia de los poderosos de siempre, mi triste sino, como diría el poeta, es tan solo ser parte del engranaje de la economía global, digamos que una simple y vulgar tuerca. Yo no sé por qué será pero el supuesto fracaso de las utopías –por el cual llevan años brindando jubilosos los neocon - no me hace suponer que vendrán tiempos mejores y que un capitalismo globali