El maripepino

Como yo quería muchísimo –y a la quiero- a mi compañera de aquel periódico y andaba deprimida por su “eterno” proceso de divorcio que entre pleitos por las pensiones alimenticias de los hijos y por la división de bienes parecía nunca acabar, decidí que para su cumpleaños le iba regalar algo que la hiciera reír mucho y que la sacara de esa gris realidad en la que estaba sumergida así que mi sorpresa fue un maripepino, como por aquella época se le decía a los strippers masculinos en honor a una famosa vedette española, Maripepa que a finales de los 80 había hecho estragos en el país.

Mi compañera se había casado jovencísima y había sido madre antes de cumplir los veinte y siempre contaba que durante mucho tiempo había aguantado continuas infidelidades del músico de su marido, hasta que un día acompañandolo en una de sus giras, embarazada de su tercer hijo y sentada en la parte de carga de la camioneta junto a todos los instrumentos porque su marido estaba de “conversona” en la parte delantera con alguna cantante que estaba participando en los conciertos, decidió que eso no era vida para ella y que iba  a mandar a su marido con la música a otra parte, que terminaría su bachillerato por madurez y que intentaría cumplir su gran sueño: ser periodista. 

Conseguir un maripepino fue muy fácil porque un año antes me había tocado hacer un reportaje sobre el tema para un periódico de tirada nacional, había tenido mucho éxito y la organizadora quedó agradecisidísima conmigo porque de la noche a la mañana, gracias mi publicación, el público se había multiplicado: Costa Rica entera estaba hablando de maripepinos. La chica me mandó a la joya de la corona, a su mejor maripepino pero olvidó avisarme con antelación por lo que al día siguiente de haber hablado con ella, al cierre de edición, vino la secretaria de redacción muy azorada, abanicándose para decirme en voz baja que había “un papacito de ojos grises” en recepción esperándome. 

Como en todo buen periódico de nada sirvió la discrección de la secretaria porque en 30 segundos toda la sala de redacción se enteró del chisme y de que se trataba de un maripepino que yo iba a regalarle a una compañera. De pronto todas las colegas comenzaron a hacer excursión hasta la recepción para ver que tal estaba el regalito incluida mi compañera a la que cogí del brazo y le dije en tono festivo, “Le presento a su regalo, vea ver que hace con él porque yo estoy terminando una nota para la edición de mañana”. 

Entre todas las compañeras lograron resolver el entuerto porque no era de recibo que delante de todos los periodistas, del director y de la Junta Directiva un tipo semidesnudo se pusiera a contorsionar en plena hora de cierre así que acordaron hacer una noche de chicas al día siguiente y así disfrutar el regalito en paz. Hace más de veinte años de esa historia pero creo que logré mi cometido: mi amiga cada vez que recuerda ese momento llora de risa, de la vez que a este servidor se le ocurrió regalarle un maripepino.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Manos entrelazadas

La última aventura de Ruth y Arik

Coartada perfecta