El galán

Allá por los años 90 mi colega periodista Silvia Cabezas decidió  que yo tenía porte suficiente para ser modelo del suplemento de modas del periódico en el que trabajábamos. Así que en algunas ocasiones me pedía mi colaboración y yo más que encantado de prestar mi despampanante e impresionante y maravillosa presencia física para ilustrar un medio de circulación nacional; era muy bueno para la egoteca estar haciendo poses frente a un fotógrafo profesional a la vista de todos los trausentes que se quedan mirando con intriga quién era ese tipo de gafas.

Por supuesto, como todos mis intentos de ser famoso, aquello pasó sin pena ni gloria: ninguna agencia publicitaria me descubrió y fuera de Silvia, nadie me pidió modelar ni siquiera unos calcetines. Sin embargo, la persona más inesperada del mundo casi se va de espaldas cuando me vió en uno de los reportajes de moda, la hermana de mi abuela materna, Tia Merce, que no solo salió corriendo a comprar los ejemplares que pudo para distribuirlos entre familiares sino que se puso a llamar a cuanta gente pudo –incluida mi madre y mi abuela- para contarles lo orgullosa que estaba de tener un sobrino tan galán. Mi tía me lo celebró durante años e incluso en la última carta que me envió pocos años antes de morir volvió a recordar ese momento, y la alegría que se había llevado al verme en la portada de ese suplemento y ver qué por fin, alguien de la familia era famoso. 


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