Propuesta laboral

 

La oferta de trabajo más surrealista de la vida la tuve viviendo en Tel Aviv.

Me había amigado con el jefe de un supermercado, una “amistad” que nació desde el día en que llegué al super a última hora justo cuando el chico iba a salir a fumar su último cigarro. Cuando llegué a la caja con cigarro en la mano me puso cara de asco y me dijo “¿En serio?” y me pidió que esperara para cobrarme, que salía a fumar. Salió y yo esperé en la caja con toda la paciencia sin decir nada.

Desde ese día comenzó a atenderme como cliente VIP o más bien como de la familia pero muy de la familia, como si fuera el hermano “tonto”. Si pasaba por caja con una lechuga un poco pasada, me echaba la bronca y me mandaba a cambiarla diciéndome que tenía que ser más cuidadoso con la compra, si cogía una botella de vino que estaba en oferta de 2x1 cuando llegaba a la casa me ordenaba –no pedía- que fuera a por la otra YA, así que cada vez que iba de compra salía regañado.

Pero me tenía cariño y lo supe cuando me dijo que si algún día quería trabajar ahí le dijera y punto. Yo le dí las gracias diciéndole que a lo mejor más adelante me vendría bien trabajar como limpiador y acomodador de mercancia. Me miró, haciendo un cuadrado imaginario con las manos, como si estuviera tomando una foto y me dijo.

-No, no no. Tú tendrías que ser cajero, dónde todo el mundo te vea.

Cuando le agradecí diciéndole que los números en hebreo se me enredaban mucho -a lo mucho sé contar hasta 200-  y que sería un lío, me miró con cara de sorprendido.

-¿Y qué? ¿Para qué estamos tres cajeros al mismo tiempo sino es para ayudarnos?

En aquel momento no acepté la oferta porque me imaginé que aquello iba a ser un completo caos pero con el paso de los años me he arrepentido; probablemente mi yo de hoy habría aceptado la propuesta no por dinero sino por la aventura, habría sido muy divertido. 

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