2012

 

Se suponía que el 2012 iba a ser el PEOR año de mi vida.


En Enero había terminado una relación de quince años y en mi imaginación ya había visualizado como serían los meses venideros: sumido en la más profunda depresión, llorando por los ricones y suplicando por una vuelta a esos años de convivencia mutua que en momentos como ése uno tiende a idealizar hasta tener la imagen de la clásica película de Disney en los protagonistas cantan y bailan mientras los pajaritos del bosque hacen la cama, olvidando los tiempos difíciles. De sobra sabía lo que vendría y daba por un hecho que no lo pasaría mal sino re-mal, viviendo la pesadilla de mi vida pero todo cambió tras recibir la propuesta más insólita de mi vida en boca de un primo: “¿Y si te vienes una temporada a Nueva York?”. 

Al principio me pareció una idea descabellada porque estaba en paro y los pocos ahorros que tenía había que guardarlos para los deprimentes meses venideros  -sí estaba en paro y con el corazón roto- pero tras pensarlo me pareció que una propuesta así nunca nadie más me la haría, así que regalé lo poco que tenía y me embarqué hacia lo insólito sin saber lo que me esperaba. Aquella decisión cambió todo en mi vida, el duelo seguía pero entre la eterna novedad de la Gran Manzana, las multitudes en las calles, y volver a la vida de estudiante al matricularme en un curso de inglés en un College, sentí que Nueva York me estaba rescatando y que el futuro volvía a sonreírme. 

Sin duda alguna fue uno de mis mejores años, y a lo mejor en que tuve cambios más grandes, una época en la que no paré de conocer gente absolutamente adorable y de vivir situaciones -algunas surrealistas-  en las que el Vida parecía estar riendo conmigo, enamorándome y diciéndome “¿Lo ves cariño? Al final no era para tanto, algo bueno te esperaba”. Claro que la pérdida dolía, y mucho, pero tenía más que claro que aquello no era el fin del mundo, que valía la pena seguir intentando ser feliz.

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