Viajeros siderales

El bien más preciado de mi viejo era su carrito blanco. Lo chineaba con esmero, le encantaba andarlo impecable por dentro como por fuera y más conducirlo. Se montaba al volante y no había mejor ni conductor más orgulloso que él, a diferencia de muchos que pasan quejándose de lo difícil que se había vuelto conducir por estas calles, mi padre disfrutaba enormemente, era simplemente feliz yendo de un lado a otro haciendo sus recados diarios y viendo el mundo desde su carrito blanco.

 A mí encantaba acompañarlo porque era "nuestro momento", cuando podíamos hablar de nuestras cosas, casi siempre anécdotas familiares o de su niñez o simplemente ir en silencio escuchando sus programas de radio preferidos o sus canciones del alma, como "Despedida" de Daniel Santos, "Amazing Grace" y por supuesto, como buen fan de la II Guerra Mundial, cualquier pieza de Glen Miller.

 A veces aprovechábamos nuestra rutina de recados cotidianos para hacer una parada técnica y comernos un helado sentados en el parque del pueblo, alguna fruta en un puesto callejero o incursionar en otros territorios como la vez que acabamos aparcados frente a su casa de infancia y se pasó bastante rato contándome historias de su barra de amigos y de su vida con los abuelos, y de cómo le gustaba de pequeño quedarse dormido viendo el humo del cigarro que mi abuela se fumaba todas las noches en el corredor de la casa.

Mi padre ya no está ni su carrito blanco pero me gusta pensar que el último día de mi vida vendrá a recogerme, que llegará cinco minutos antes de la hora , como solía hacerlo cuando pasaba a recogerme al gimnasio, me preguntará qué tal me trató la vida y nos iremos juntos a recorrer el espacio sideral escuchando la banda sonora de nuestra vida por toda la eternidad.

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