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En el medio tiempo de la Super Bowl

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Los cuarentones quieren ser como nosotros pero no nos llegan ni a lo pies. Los cuarenta años son la "adolescencia" de la Edad Adulta, te crees experimentado y sabio pero no, porque no has puesto el 5, no llevas medio siglo viviendo en este planeta de locos en el que nada, absolutamente nada, tiene su lógica. Da igual lo que las religiones te digan, la Vida improvisa, y mucho, con nosotros los seres humanos. A partir de los cincuenta tienes la sensación que en todos los aspectos de tu vida estás viviendo el intermedio de la Super Bowl planetaria.  Como Shakira y J.Lo tienes solo QUINCE minutos para darlo todo, ya no se puede permitir uno las mismas tonterías que con veinte, treinta o cuarenta, el tiempo corre raudo, cínico y veloz. Eres más consciente que nunca que antes de diez años algún problema de salud tendrás, por más que te cuides y vayas al médico porque el cuerpo tiene fecha de caducidad y algo te va a fallar. Así que aprendes a disfrutar del mayor tesoro que tene

Que nada sea en vano

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Iba ser un sábado tranquilo. Ella se había levantado muy temprano para preparar el desayuno, los niños de 5 y 7 años tenían club de fútbol y tenían que alimentarse bien. Como de costumbre costó una eternidad que acabaran todo y que por un rato el par de diablillos se quedaran quietos mientras ella les terminaba de poner los calcetines y las zapatillas. El marido los apuró, ese día le tocaba a él llevarlos, así ella podía disfrutar de un rato de tranquilidad, había hecho planes para tomarse otro café en la terraza mientras leía un libro, la mañana estaba soleada había que aprovechar. Tras besarla, los niños subieron entre risas al coche mientras él le hacía señas de que la llamaría a lo largo de la mañana, por la noche tendrían invitados y había que organizarse. Encantada de tener un ratito para ella se puso a ordenar la casa, a recoger ropa y juguetes, mientras canturreaba una canción. Quince minutos después sonaba el teléfono, "¿Quien podrá ser a esas horas?" pensaba. Al

Bonanza

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Cuentan mis viejos que allá por los años 60 más de una vez caminaron no sé cuantos kilómetros para ir a ver televisión a casa de un tío "ricachón" de mi padre. Lo de ricachón no porque tuviera mucho dinero sino porque en esa época tener en casa una TV era un lujo que solo unos cuantos podían permitirse. En cuanto terminaban de cenar salían con toda prisa para llegar a tiempo para ver un episodio de Bonanza en compañía de familiares y vecinos, que se reunían en el salón de la casa de mi tío abuelo para mirar las aventuras de Ben Cartwright y sus hijos y de paso hacer un poco de tertulia sobre lo mal que estaba el mundo por aquella época mientras se tomaban un traguito y compartían lo que cada uno había llevado para comer. Al final de la noche mis padres veinteañeros hacían el camino de regreso pensando en que la vida sería maravillosa el día en que pudieran comprarse aunque fuera a plazos, como todo lo que había en casa, un aparato de ésos y ponerlo en el centro de la sala,

La princesa en la buhardilla

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Se llamaba María y era la clienta mas singular que he tenido, decía que yo era su "informático"y me llamaba cada vez que tenía alguna pequeña "tragedia" con su ordenador como que se le desconfigurara el ordenador, el anti-virus no funcionara o se le perdiera la clave de la cuenta de correos en un maremagnum de archivos. En ese entonces tenía unos 85 años, viuda y con un hijo que vivía en el exterior daba la impresión de llevar una vida solitaria. Por su porte, su cuidada melena, sus ojos azules y sus ademanes finos podría vivir en cualquier palacio europeo pero vivía en un minúsculo estudio de Madrid junto a un pekinés endemoniado que no paraba de ladrar en cuanto yo llegaba. Era fácil adivinar que María había tenido tiempos mejores, bastaba con ver sus fotos en su Argentina natal: una chica rubia guapísima en una recepción o vestida con traje de equitación siempre al lado de un caballo, su gran pasión. Estaba escribiendo un libro sobre Equinoterapia, lo úni

La foto

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Como siempre he bizqueado un poco con el ojo derecho quedar bien en cualquier foto que se me tome de frente es toda una odisea porque tiene que ser desde un ángulo exacto lo cual implica tomar decenas de fotos para terminar escogiendo la menos peor. Eso lo tengo claro desde mi tierna infancia y lo tuve muy presente el día en que el mejor y más célebre fotógrafo de Costa Rica nos tomó la foto de fin de curso de la primaria, pasamos toda la mañana posando una y otra vez, flanqueados por el director y una maestra a la que tenía atravesada porque me pasaba regañando el día entero. No sé cuantas veces el fotógrafo habrá pedido que "el de las gafas" mantuviera la compostura, que no hiciera muecas, que simplemente mirara fijamente la cámara pero me parece que fue inútil porque al final en la fotografía seleccionada salgo con la cabeza agachada, mirando al suelo. El enfado fue mayúsculo entre mis compañeros sobre todo entre los alumnos "alfa", los consentidos de la maestr

Como en las telenovelas

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Hace unos meses un amigo me contaba que siempre se había reído de las telenovelas, que le parecía una exageración todo lo que le pasaba a los protagonistas, que era absolutamente imposible que en la vida real la vida de la gente fuera tan excesivamente complicada. A él, químico de profesión, racional, contenido en sus emociones, reservado en su vida privada y la persona más discreta del universo le resultaba creer todos esos enredos en los que se metían los personajes: nadie con dos dedos de frente se mete con la mujer de su mejor amigo, ninguna mujer se puede enamorar de un farsante que ama a otra, ninguna joven becaria puede creer que el jefe dejará a su mujer para casarse con ella, nadie puede amar a dos personas a las vez, nadie puede ser pareja de alguien a quien no ama y pretender ser feliz. Mi amigo pensaba y pensaba entre risas que eso en la vida real nunca pasaba hasta que el año pasado su madre le reveló que su padre era otro y que se había casado estando embarazada de él.

El clarinete

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Durante años estuvo guardado como una joya, mi abuela lo tenía en la parte más alta del armario donde solía poner las cosas entrañables de su vida, como fotos, una caja de metal pequeña con recuerdos y papeles importantes. Si le suplicábamos mucho nos lo dejaba ver, era el clarinete de mi abuelo, un músico en sus tiempos libres y que tiró la toalla con el arte cuando se puso de moda el cine sonoro porque llevaba años con sus amigos de la orquesta animando las películas de Buster Keaton, el Gordo y el Flaco, Harold Lloyd y por supuesto, Charlie Chaplin. Se habrá sentido desilusionado y de pronto absolutamente inútil porque él y sus amigos no tenían nada que hacer frente a la espectacular música Made in Hollywood . Cuentan que durante una temporada siguió tocando en las veladas del barrio hasta que un buen día, sin saberlo guardó para siempre el clarinete. Hace mucho que mi abuelo no está y que demolieron el cine en el que actuaba pero yo sigo sintiendo una rara nostalgia familiar cuan