Como en las telenovelas

Hace unos meses un amigo me contaba que siempre se había reído de las telenovelas, que le parecía una exageración todo lo que le pasaba a los protagonistas, que era absolutamente imposible que en la vida real la vida de la gente fuera tan excesivamente complicada. A él, químico de profesión, racional, contenido en sus emociones, reservado en su vida privada y la persona más discreta del universo le resultaba creer todos esos enredos en los que se metían los personajes: nadie con dos dedos de frente se mete con la mujer de su mejor amigo, ninguna mujer se puede enamorar de un farsante que ama a otra, ninguna joven becaria puede creer que el jefe dejará a su mujer para casarse con ella, nadie puede amar a dos personas a las vez, nadie puede ser pareja de alguien a quien no ama y pretender ser feliz. Mi amigo pensaba y pensaba entre risas que eso en la vida real nunca pasaba hasta que el año pasado su madre le reveló que su padre era otro y que se había casado estando embarazada de él. Dice que en el fondo lo sospechaba porque había cosas que no cuadraban para nada y que su vieja cada vez que hablaba del tema cambiaba abruptamente de tema, se enfadaba y que no fue hasta que la amenazó con no volver a verla nunca más que le contó su secreto, un secreto que le pertenecía también a él. Así que a sus 42 años la vida de mi amigo se convirtió en una telenovela.

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