La princesa en la buhardilla
Se llamaba María
y era la clienta mas singular que he tenido, decía que yo era su
"informático"y me llamaba cada vez que tenía alguna pequeña
"tragedia" con su ordenador como que se le desconfigurara el
ordenador, el anti-virus no funcionara o se le perdiera la clave de la cuenta
de correos en un maremagnum de archivos. En ese entonces tenía unos 85 años,
viuda y con un hijo que vivía en el exterior daba la impresión de llevar una
vida solitaria. Por su porte, su cuidada melena, sus ojos
azules y sus ademanes finos podría vivir en cualquier palacio europeo pero
vivía en un minúsculo estudio de Madrid junto a un pekinés endemoniado que no
paraba de ladrar en cuanto yo llegaba.
Era fácil
adivinar que María había tenido tiempos mejores, bastaba con ver sus fotos en
su Argentina natal: una chica rubia guapísima en una recepción o vestida con
traje de equitación siempre al lado de un caballo, su gran pasión. Estaba
escribiendo un libro sobre Equinoterapia, lo único que le preocupaba cada vez
que tenía problemas con el ordenador. "No sabés cómo curan estos
animales", me decía mientras me contaba a grandes rasgos de lo que iba su obra.
Despedirse de ella era toda una odisea porque yo me negaba a cobrarle, me parecía
un honor servirle y alegrarle un poco el día, pero cogía 20 euros y me los
echaba en el bolsillo de la camisa, "te tomás un café en honor mío y ya
está, es tu trabajo".
No volví saber
nada de María pero es imposible no pensar en ella cada vez que veo a una señora
paseando su perro por la ciudad. ¿Estará tan sola como mi clienta? ¿Será otra
princesa atrapada en una buhardilla?
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