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Rebelión

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A los doce años lo más importante del mundo es la opinión de los demás y por eso pasaba horas pensando cuál sería el momento más adecuado para dejar de darle la mano a mis padres y mi familia cada vez que salíamos a la calle, francamente quedaba raro que un chaval de mi edad anduviera por ahí agarrado de la mano de sus viejos, podrían pensar que uno era un consentido de miedo, un "mamitas" como se solía decir en aquella época y eso era lo peor del mundo mundial, había que proyectar la imagen de un chico "normal". Un día de tantos dejé de darles la mano, de caminar intencionalmente delante de ellos o detrás, y de no ser tan pegado como había sido con mis viejos, mis hermanas, mi abuela, mis tíos y tías. Durante algunos años me mantuve fiel a mi decisión para no escandalizar a nadie hasta que un día me desperté pensando en que era una soberana tontería, que me sobraba la opinión de los demás y que mal me iría en la vida si tenía que renunciar a las cosas que más

Huellas

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Esa amiga de infancia con la jugábamos tardes enteras, ese compañero de Instituto que "daba" la vida por nosotros, esa colega de trabajo que tanto nos hacía reír y que nos sacó de un apuro más de una vez, ese amigo del que fuimos inseparables en nuestra adolescencia y con el que escuchábamos rock, esa amiga que fue confidente a la que le contábamos todo, ese grupo de amigos con los que nos íbamos de juerga como si no existiera mañana y con los que nos encantaba estar, ese primer amor...a medida que nos vamos haciendo mayores uno se da cuenta de la gran cantidad de gente maravillosa que hemos dejado por el camino, no por nada especial, sino porque las mismas circunstancias de la vida nos fueron separando sin nosotros darnos cuenta, un día dejamos de verlos y se perdieron en la vorágine del tiempo siempre tan implacable. Ya nos los vemos más pero llevamos impregnados todo esos recuerdos, los abrazos, los brindis y esa infinita ternura con la que nos abrieron su alma.

No, no estaba muerto

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La culpa fue del señor al que le dio por morirse una madrugada cuando lo pusieron en mi sitio en el hospital la vez que estuve ingresado y a mi me movieron a otra habitación sin que se percataran mis compañeros de habitación con los que había trabado una amistad entrañable, por aburrimiento acabábamos por contárnoslo todo y tomarnos cariño como me pasó con el señor al que se movió el marcapaso y a todo el mundo se lo enseñaba orgulloso: "Mire donde lo tengo, casi en el hombro...sino me lo arreglan ya termina en la espalda" mientras yo lo regañaba pero por congoja. Mi pobre sustituto en la habitación duró lo que me dura a mi una copa de vino, murió a las dos horas de haber llegado a la habitación mientras todos mis amigos dormían profundamente con lo que a la mañana siguiente se encontraron con una cama vacía y una enfermera recogiendo sábanas con tristeza, "sí el pacientico de aquí se murió en la noche, no aguantó". Mis amigos no lo podían creer, cómo me había mue

El loco de turno

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Viniendo una noche de Tel Aviv al pueblo donde viví unos meses -a medio camino de Jerusalem- de repente en el bus un señor al otro lado del pasillo y en la parte de atrás comenzó hablar dando voces mitad en hebreo y en ruso, al principio creí que venía hablando solo, que era el loco de turno, pero me di cuenta que me estaba hablando a mi - Atá, ken atá (Tú, si, tú)  - en forma muy vehemente, yo me hice el desentendido pero pasó hablando todo el camino. El momento más escalofriante llegó cuando tenía que bajarme porque el señor se bajó también y empezó a caminar detrás mío dando voces,  en un pueblo perdido de Medio Oriente y con la calle vacía eso no presagia nada bueno y más bien parece una escena de "Chuky en Tierra Santa". Salí huyendo despavorido por la calle, dando alaridos, llegué al edificio casi sin respirar, subí al apartamento  y puse todos los cerrojos. Al día siguiente cuando abrí la puerta me encontré al señor limpiando el pasillo: era el nuevo conserje y prob

Boleros

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Dicen que la primera información que recibimos del mundo viene de nuestras madres, de los secretos que nos susurraron cuando estábamos por nacer y esas cálidas palabras que nos decían cuando nos acunaban. En mi caso, más que palabras fueron boleros porque mi vieja siempre cuenta que como por aquella época leyó un artículo del Reader´s Digest en el que recomendaban poner música clásica a los bebés desde antes de nacer ella lo cumplió al pie de la letra aunque lo alternaba con boleros, y no solo me los hacía escuchar sino que además me los cantaba porque las canciones de cuna le parecían demasiado sosas. Es decir que las primeras palabras que oí, aparte de las de la familia, fueron de Agustín Lara, José Alfredo Jiménez, Armando Manzanero y Pedro Infante, entre otros, y esas grandes historias de amor, de gente que sabía que cuando se quería de veras era imposible vivir tan separados, que le suplicaba a un reloj que no marcara las horas porque al día siguiente uno de los dos tendría que

Nada y todo

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A mis cincuenta años no tengo una gran carrera profesional, casa con vistas al mar, coche del año, dinero suficiente en mi cuenta bancaria, pareja que me abrace cuando llego a casa, perro, ropa de marca, vacaciones planeadas en Tahití, un futuro prometedor pero tengo unos padres y hermanas que me siguen enviando besos cada vez que hablamos por teléfono, unos tíos que se enfadan si no tienen noticias mías y amigos maravillosos en tres continentes que siempre me reciben con los brazos abiertos. Es decir que no tengo nada pero lo tengo todo.

Manos entrelazadas

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Fue allá por 1978, mis padres habían tenido una crisis matrimonial y aunque la habían solucionado seguían un poco distanciados. A los 12 años uno comienza a entenderlo todo, a percibir que algo no anda bien del todo en la familia y se preocupas porque ve a los padres tristones y no sabe qué hacer para remediarlo pero esa noche todo cambió. Habíamos salido para cenar algo a un pueblo vecino, yo caminaba adelante y ellos detrás, era una noche de luna llena y de pronto con el rabillo del ojo, vi el prodigio, el milagro más grande que hasta entonces había visto: la sombra de mis padres caminando tomados de la mano, en silencio, sin decirse nada y diciéndolo todo. Esa noche fui el chico más feliz de todo el universo, mis padres volvían a estar juntos.