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Nunca sabrá

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Él nunca sabrá que ella estuvo a su lado día y noche, que le besaba tiernamente la frente y le susurraba al oído palabras de amor. Nunca sabrá que lo miraba con dulzura mientras estaba sumido en un profundo coma, que hacía bromas sobre su buen aspecto con otros pacientes,  que siempre llegaba maquillada, perfumada y con su mejor vestido como si se tratase de la primera cita, que lo miraba con coquetería y que de vez en cuando lloraba en silencio mientras sostenía su mano.  Nunca sabrá que pasaba noches enteras sin dormir, que vigilaba a médicos y enfermeras  con «no me lo maltrate mucho», que corría desesperada por los pasillos del hospital para conseguir morfina, que contra viento y marea siempre esperó que despertara, que lloró a mares el día que murió. Nunca sabrá que lo amó más que nada en el mundo. Juan murió de cirrosis una día antes de que yo abandonara el hospital. Mientras estuvo hospitalizado su esposa nunca se separó de su lado.

Flirtear en tiempos Apps

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Total que tanta app para ligar ha dado al traste con el viejo arte de cortejar. Antes, en el siglo pasado , parte del encanto de salir una noche era la lejana o cercana posibilidad de encontrar  su media naranja. Chicos y chicas se ponían sus mejores galas, acudían a bares y discotecas para ver, dejarse ver y flirtear un poco. Todos de una u otra forma sabíamos hasta el cansancio las mil y una estrategia para ligar y cómo iniciar maniobra de acercamiento con excusas tan ridículas como pedir la hora -con un reloj gigantesco en la pared- o decir un piropo chapucero -me encantan rellenitas como tú.  En ese entonces uno sudaba, se quebraba la cabeza pensando en qué decir pero disfrutaba del panorama, del intercambio de miradas y sonrisas. Entonces la noche era un campo de juego lleno de mil promesas pero llegaron las apps y acabaron de sopetón con todo ese mundo de seducción. Flirtear pasó de moda. Nadie mira a nadie tan solo a su smartphone de ultimísima generación, se pasan las horas m

Lenguas muertas

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El otro día me comentaba una amiga,  divorciada hace unos meses, que lo que más echaba de menos de su tiempo de casada eran los gestos y las palabras de un lenguaje "secreto" fruto de años de convivencia y que probablemente nunca se volverán a usar. Ponía como ejemplo los motes -o apodos- cariñosos con los que solían llamarse y que como todo en el mundo de parejas, tenía una historia oculta que irradiaba ternura y complicidad. Confesaba que tenía más que superado el final de la historia, la ausencia del ex  y la soledad inicial pero lo que le costaba trabajo no pensar con nostalgia en las palabras "raras" que usaban para denominar comidas, sitios, personas y estados de ánimo, "he intentado usarlas con otra gente pero me siento ridícula". Decía ella que era como cuando una civilización entera colapsaba y no quedaba nadie en la tierra que recordara que hubo un tiempo no muy lejano en el que las personas soñaron y amaron en un idioma inédito y del que hoy n

"Rebeldes" sin causa

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La verdad que como un cuasi abuelete últimamente ando un poco desilusionado de los jóvenes, de los rebeldes sin causa de hoy en día.  En mis tiempos, es decir los del siglo pasado, hacíamos lo imposible por llevar una vida lo más alejada de la mirada escrutadora de nuestros padres. No es que hiciéramos grandes locuras pero nos horrorizaba que los adultos se enteraran del mote que teníamos, o de la broma que le habíamos hecho a un colega de la clase. Desde nuestra perspectiva eran dos mundos absolutamente distintos y dábamos por sentado que unos vejetes -en aquel entonces de treinta años,- serían incapaces de comprender porqué nos escapábamos de Química o por qué nos gustaba estar las horas muertas tumbados en la hierba adivinando las formas de las nubes. Ahora todo aquel anonimato y delicioso secretismo se fue al garete. ¿Qué hace es lo primero que hace hoy en día un adolescente cuando abre su Facebook? Agregar a Papá, a Mamá y a ser posible a todo el familión y hasta a los amigos de

Hippies

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De pequeño era lo más normal del mundo ir a cualquier playa de mi pueblo y encontrarse un grupo de "melenudos" - o mechudos como decía mi padre- tocando guitarra y entonando canciones pacifistas al lado de una camioneta Volkswagen, casi siempre cochambrosa y atestada de cosas. Tu los veías con el rabillo de tus ojos de niño y pese a que te advertían que eran una especie de "anti sociales" -porque aparte de no ducharse diariamente, fumaban hierba- era imposible no sentir simpatía por esos chicos, por la felicidad que transpiraban y no querer sentarse con ellos alrededor de una fogata y cantar "Give peace a chance". Hace unos meses en New Orleans hablaba del tema con una tía mientras visitábamos una tienda retro dedicada al merchandising del años 60 - ironías de la vida, los objetos antisistema convertidos una mercancía de colección- y a la que los jóvenes de entonces, hoy venerables abuelos acuden como quien visita un museo. Mi tía con una lagrimilla en

Comida Casera

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Es una batalla perdida. No hay forma de llevar a mi madre a un restaurante a comer comida casera. Da igual que se le diga que es un lugar bonito, que está decorado como las casas antiguas, que es la última moda del jet set de mi pueblo -que también lo tenemos- que es sana y barata. No y no. Para ella la comida casera es invento de marketing, de gente desesperada que no haya qué inventar y que para comer "comida casera" ella se prepara un buen plato de frijoles o una sopa de pollo por mucho menos dinero y con ingredientes de mejor calidad y santas pascuas. "Si me sacan de casa es para probar algo que no como todos los días", así de contundente es mi vieja que, moderna como la que más, no termina de entender cómo de la noche a la mañana la gente ha "descubierto" que comer como antaño es lo mejor que hay, se ha vuelto nostálgica y quiere ir a restaurantes horriblemente decorados como las casas de los abuelos -había que ver el mal gusto que se tenía enton

El amor en tiempos de las Apps

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Si para algo han servido tantas "apps" para ligar es para poner fin al viejo arte del flirteo. Antaño parte del encanto de salir de copas era la posibilidad de ligar. Se salía a divertirse, a tomar una copa con los amigos, a pasarla bien pero en el fondo siempre existía la lejanísima esperanza de triunfar y de encontrar la "media naranja" al menos de esa noche. Chicos y chicas salíamos y entre cerveza y cotilleos oteábamos el horizonte para ver si había algo interesante en el panorama y diseñar en plan urgente un plan de ataque y seducción, la mayoría de las veces con nefastos resultados pero había que intentarlo. Ahora el panorama ha cambiado bruscamente, ya nadie vigila la puerta de entrada ni las mesas de al lado sino su teléfono móvil para chatear, coquetear e intercambiar fotos con gente que está a 400 kilómetros de distancia y cuyas probabilidades de conocerse son nulas. Se acabaron las miradas cómplices, los gestos de seducción y el nerviosismo de entabla